"La historia puede dividirse en tres movimientos: lo que se mueve rápidamente, lo que se mueve lentamente, y lo que parece no moverse en absoluto." - Fernand Braudel.
Después del espacio dedicado al materialismo histórico y al materialismo cultural, no podíamos dejar sin revisar el magnífico trabajo de Fernand Braudel, máximo representante de la escuela de los Annales y uno de los mayores historiadores del siglo XX.
Al abordar su tesis doctoral, El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, Fernand Braudel observó que la historia de cualquier período podía explicarse atendiendo a tres movimientos, jerárquicamente ordenados entre sí pero hasta cierto punto independientes, cada uno de los cuales marcha a un ritmo diferente y de acuerdo a sus propias leyes.
La prioridad causal en la constitución de una sociedad, según Braudel, pertenece a los movimientos de larga duración (o tiempo geográfico); "una historia casi inmóvil", como nos dice él, que trata "del hombre en sus relaciones con el medio que le rodea; historia lenta en fluir y en transformarse, hecha no pocas veces de insistentes reiteraciones y de ciclos incesantemente reiniciados". El único modo de abordar este movimiento consiste en registrar la geografía del área estudiada: sus penínsulas, montañas, llanuras, mares y ríos, para a continuación ponerlos en relación con el trabajo y el movimiento de los hombres. Así, Braudel nos habla de las montañas, situadas en los márgenes de la civilización y dotadas de tierras pobres, pero por este motivo pobladas con mucha frecuencia de pequeños campesinos libres; de las llanuras, donde el hombre, para aprovechar su fertilidad, debe canalizar las aguas estancadas y vencer a las enfermedades contagiosas; o de los mares angostos como el Adriático que, más favorables a la navegación, y, por tanto, a la división geográfica del trabajo, tienden a ser más prósperos que los mares abiertos.
Asimismo, Braudel nos habla de los movimientos humanos que, moldeados por la geografía y a fuerza de repetición, tienden a conformar espacios coherentes: se trata, por ejemplo, de la trashumancia castellana; el nomadismo sahariano; las migraciones de montañeses en dirección a la ciudad, donde ocupan los peores empleos; las caravanas de especias, que atraviesan el desierto sirio; o las grandes rutas marítimas que comunican entre sí los litorales mediterráneos, desde Rodas a Alejandría o desde la Península Ibérica hasta Sicilia, a través de las Baleares y Cerdeña. El ciclo de las estaciones también forma parte de este tiempo geográfico incesantemente reiniciado: en verano los caminos terrestres y marítimos se tornan accesibles, propiciando la guerra y el comercio; mientras que el invierno, con sus lluvias y tormentas, aconseja paralizar estas actividades en beneficio de la manufactura y la producción doméstica. En la misma línea, los animales cambian de pastos con las estaciones, moviéndose desde el norte al sur, desde el llano a la montaña o desde el desierto hasta la costa (y viceversa).
Por encima del tiempo geográfico se elevan los movimientos de media duración (o tiempo social), que corresponden a las estructuras sociales y al modo en que dichas estructuras evolucionan; "aúna, en consecuencia, lo que en nuestra jerga de especialistas llamamos estructura y coyuntura, lo inmóvil y lo animado, la lentitud y el exceso de velocidad". En este apartado, Braudel pasa revista a la economía, la demografía, los imperios, las sociedades, las civilizaciones y las formas de la guerra en la segunda mitad del siglo XVI. Acerca del origen de los imperios (español y turco), Braudel desliza una tesis interesante: atribuye su aparición tanto a las economías de escala derivadas de la nueva guerra, basada en el uso de mercenarios y artillería, como a la coyuntura económica ascendente del siglo XVI. Su decadencia en el siglo XVII habría que achacarla, en consecuencia, a una nueva coyuntura de signo descendente. No obstante, al abordar éste como otros temas, Braudel se conforma con la mera observación, sin pararse a desarrollar una explicación sólida. Otro apartado brillante, el dedicado a las civilizaciones (que cabría traducir como "culturas"), trata sobre el modo en que éstas evolucionan y se influyen mutuamente: así, registra la transferencia de tecnologías desde la Cristiandad al mundo musulmán, a través de renegados cristianos o de negociantes judíos; las pervivencias musulmanas entre los moriscos españoles o el intercambio cultural permanente a través del comercio marítimo, la captura de prisioneros y la piratería. Las civilizaciones son, ante todo, "espacios trabajados por el hombre". También es destacable el apartado acerca de las formas de la guerra, donde contrapone la "gran guerra" de las escuadras y los ejércitos a la "pequeña guerra" de los piratas y los bandoleros; ésta última tiende a proliferar cuando decrece la primera. En este aspecto, Braudel tiene el mérito de haber percibido las estructuras de la guerra sin detenerse en los acontecimientos militares.
Por último llegamos a los movimientos de corta duración (o tiempo individual), que más o menos corresponden a la historia diplomática tradicional, compuesta de guerras, tratados e intrigas. Se trata de una historia de acontecimientos, compuesta de "oscilaciones breves, rápidas y nerviosas", inteligible sólo dentro de unas determinadas estructuras de larga y media duración. El propio Braudel despreciaba esta forma de historia como la más superficial, considerando que sus actores (los reyes, los soldados, los diplomáticos, etc.) no eran más que títeres en manos de unas fuerzas que apenas podían controlar. Aunque ha sido acusado de determinista por declaraciones como ésta, hoy podemos formular sus ideas de una forma más científica: en efecto, los individuos actúan dentro de una estructura de costes establecida parcial o totalmente por fuerzas espontáneas, y tales estructuras seleccionan unos acontecimientos en detrimento de otros. Por ejemplo, la batalla de Lepanto -magistralmente narrada por Braudel- corresponde a una determinada coyuntura económica, a unas determinadas condiciones demográficas y a unos determinados Estados territoriales sin los cuales sería impensable.
En otro orden de cosas, Braudel aporta argumentos interesantes en torno a cómo tratar la historia de los acontecimientos. Se pregunta si el historiador debería seleccionar aquellos acontecimientos "de mayores consecuencias", o bien aquellos que fueron percibidos como relevantes por sus contemporáneos. En cualquier caso, se trata de mostrar cómo los acontecimientos sólo constituyen la superficie de unas estructuras más profundas.
Valoración y conclusiones
No hay duda de que El Mediterráneo de Braudel es una de las mayores obras de la historiografía universal, pero no está exenta de algunos defectos graves. En mi opinión, el mayor de ellos es su inclinación excesiva a la metáfora, que tiende a reemplazar las explicaciones científicas acerca de cualquier tema (a pesar de que el uso de estadísticas, en la segunda edición, es muy elogiable); su tesis acerca de los imperios, ya comentada, es un buen ejemplo de esto. En términos quizá demasiado duros, Bernard Bailyn (1951) dijo al respecto que Braudel había "confundido una respuesta poética al pasado con un problema histórico".
Cabe notar que el énfasis de Braudel en el tiempo geográfico guarda cierta relación con la prioridad que otorgan los antropólogos a la ecología -la relación entre el hombre y el medio- en el análisis de una sociedad. No obstante, Braudel no muestra cómo se influyen el tiempo geográfico y el tiempo social, ni percibe hasta qué punto son cruciales la tecnología y la demografía para conformar la historia de larga duración. De hecho, cuando la innovación tecnológica marcha a igual o mayor ritmo que las estructuras sociales es difícil distinguir entre tiempo geográfico y tiempo social, como sucede en Occidente desde la Revolución Industrial [1]. Por este motivo encuentro más adecuado englobar ambos movimientos en el término "estructuras", reservando los acontecimientos a un segundo nivel, las "coyunturas". Aunque Braudel correlaciona puntualmente las tendencias de la economía con determinados acontecimientos bélicos, la relación entre media y corta duración tampoco queda demasiado clara. Es necesario evaluar los costos y beneficios a que está sometida la acción individual como consecuencia de las estructuras sociales y geográficas.
A pesar de todo, comparto total y absolutamente las palabras de Lucien Febvre acerca de su obra:
Lean, relean y mediten sobre este libro excelente... Háganlo su compañero. Las cosas nuevas que aprenderán sobre el mundo del siglo XVI son incalculables. Pero lo que aprenderán sobre el hombre, sobre su historia y sobre la historia en sí misma, su verdadera naturaleza, sus métodos y sus objetivos -no se lo pueden imaginar de antemano.
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[1]: Por ejemplo, las fábricas de la primera época industrial implican una nueva relación con los ríos; las nuevas formas de ganadería suprimen casi totalmente las relaciones trashumantes o nómadas y el transporte aéreo abre rutas infinitamente más directas entre los núcleos de población. Como consecuencia, el tiempo geográfico se equipara al tiempo social, y estoy tentado a decir que le supera en velocidad.