Últimamente, entre examen y examen, he estado leyendo
Los conceptos elementales del materialismo histórico, de Marta Harnecker; un libro sencillo plagado de citas de los clásicos del marxismo, desde los propios Marx y Engels hasta Stalin o Althusser.
Cuando tenga más tiempo me gustaría escribir una crítica más seria; por ahora me conformo con algunas impresiones inmediatas. El motivo por el que saqué el libro es que tenía curiosidad por saber cómo resuelven los marxistas el problema de la relación entre la infraestructura (la base económica de la sociedad) y la superestructura (las manifestaciones ideológicas y las instituciones jurídico-políticas), puesto que Marx y Engels prestaron muy poca atención al tema, más allá de algunas frases certeras que, sin embargo, no resuelven nada. Mi sorpresa ha sido encontrar que Marta Harnecker comparte la misma inquietud que yo, y reconoce las carencias del materialismo histórico en este plano de la ciencia social. De hecho, incluso afirma -y lo respalda con citas de Engels y Althusser, como no podía ser de otro modo- que la filosofía, la ciencia, etc. poseen sus propias leyes, relativamente autónomas, aunque en última instancia puedan relacionarse con la "infraestructura económica" de la sociedad. Engels, en una carta de 1894 dirigida a Starkenburg, dice:
El desarrollo político, jurídico, filosófico, religioso, literario, artístico, etc., descansa en el desarrollo económico. Pero todos ellos repercuten también los unos sobre los otros y... sobre la base de la necesidad económica, que se impone siempre, en última instancia.
En otra carta, esta vez a Franz Mehring, matiza su opinión:
Que un factor histórico, una vez alumbrado por otros hechos, que son en última instancia hechos económicos, repercute a su vez sobre lo que le rodea, e incluso sobre sus propias causas, es cosa que olvidan, a veces muy intencionadamente, esos caballeros.
Cuando un autor debe recurrir a causas y efectos entrecruzados hasta formar una maraña de la que no puede extraerse nada, es un buen síntoma de que hay que cambiar de paradigma. En mi modesta opinión, sería más provechoso tomar una perspectiva basada en: 1) el individualismo metodológico; 2) la percepción de los costes asociados a las acciones individuales. De esa forma, se tornan innecesarios los debates escolásticos acerca de las grandes estructuras y sus relaciones.
Por ejemplo, los marxistas podrían explicar los movimientos ascéticos medievales a partir de las condiciones materiales del campesinado; es decir, afirmarán que la herejía cátara, el franciscanismo, el alumbradismo, etc. no son más que una superestructura ideológica que nace de la infraestructura económica feudal, basada en las relaciones de producción que establecen señores y campesinos en torno a la tierra. Sin embargo, este enfoque, además de no ser falsable; es decir, incapaz de refutar otras interpretaciones alternativas (p. ej. de historiadores idealistas), olvida la cuestión más importante: explicar la relación causal entre infraestructura y superestructura.
En cambio, si adoptáramos una perspectiva individualista y de costes la solución se torna un poco más sencilla -si bien todavía no satisfactoria. Por un lado, los individuos de toda condición social (comerciantes, campesinos, clérigos, etc.) interpretan subjetivamente sus propias condiciones de vida. Por otro lado, un contexto de baja esperanza de vida, pobreza material y baja densidad de población impone costes muy bajos (considerando aquí los costes de oportunidad) a la vida ascética e itinerante. Supongamos que, en un momento previo de mayor esperanza de vida, riqueza material y densidad de población, los costes subjetivamente percibidos por cuatro individuos (A, B, C y D) equivalen a 8. Si la satisfacción que les reporta una vida apostólica es: 4, 5, 6, y 7 respectivamente, deducimos que todos ellos valoran más una vida mundana que la estricta observancia de los valores cristianos, y que por tanto ninguno tomará la vía ascética. Sin embargo, puede suceder que, conforme la densidad de población, la riqueza material y la esperanza de vida desciendan, los costes (insisto: considerando los costes de oportunidad) se reduzcan a 5, de forma que los dos últimos individuos (C y D, que valoran la observancia de los valores cristianos en 6 y 7) encuentren satisfactorio el seguimiento estricto de los preceptos cristianos [1]. Para una mayoría de población, quizá por motivos biológicos, los costes de oportunidad siempre son notablemente altos; pero conforme estos se reducen es más probable que aparezcan individuos dotados de una espiritualidad superior y capaces de renunciar a los placeres de la vida terrenal.
Esto, naturalmente, dista de ser una explicación rigurosa de los movimientos ascéticos medievales, pero sirve para enlazar la "estructura económica" con la "superestructura ideológica", mostrando cómo los individuos modifican su conducta en función de los costes percibidos (subjetivos) o impuestos por el entorno (objetivos). Para ir más allá deberíamos estudiar las manifestaciones de protesta de épocas y lugares distintos, y sólo a continuación explicar por qué en la Edad Media dichas manifestaciones tomaron esa forma específica (la espiritualidad, etc.). De hecho, en este caso concreto la perspectiva de costes es incapaz de explicar por qué la espiritualidad y las órdenes mendicantes cobraron especial fuerza en el siglo XIII, que corresponde al cénit de la Edad Media en cuanto a población y prosperidad económica, aun cuando sí concuerda con las grandes oscilaciones que van desde el Bajo Imperio romano hasta la actualidad.
Aún no estoy muy convencido de este enfoque; quizás habría que aplicarlo a un caso específico hasta sus últimas consecuencias y comprobar los resultados.
A priori es evidente que los costos, vinculados a las condiciones materiales, incentivan o desalientan determinadas conductas e ideologías, pero sería necesario tomar más en serio la cuestión.
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[1]: Los deseos y los costes (subjetivos) no pueden cuantificarse, pero asignarles un valor puede servir para representar la distinta intensidad de los mismos. Si el origen de toda acción humana está en la percepción (acertada o errónea) de la posibilidad de pasar de estados de menor a mayor satisfacción, es evidente que el individuo realiza un cálculo inmediato de los costes en relación con la meta que desea alcanzar. Cuantificar ambas sensaciones a nivel teórico puede servir para predecir los efectos de cualquier alteración en alguna de las dos.