jueves, 8 de noviembre de 2012

La Corona y la economía española en el siglo XVI


Hace un par de años escribí un trabajo sobre las consecuencias del descubrimiento de América en la economía española. El hilo giraba inicialmente en torno a las remesas de oro y plata, que distorsionaron de forma decisiva la estructura productiva, pero terminó convirtiéndose en un trabajo global, con especial énfasis en la intervención de la Corona en la economía (sin la cual, las remesas indianas nunca hubieran sido tan perniciosas).

En esta entrada me gustaría mostrar cómo la intervención arbitraria generó incertidumbre, elevó los costes de transacción e inhibió el desarrollo de sectores económicos avanzados. Los dos ejemplos que he escogido son el mercado de capitales de Sevilla y la industria de la seda (muy importante en Granada y Valencia, por herencia musulmana).


A) El mercado de capitales de Sevilla


La llegada continua a Sevilla de cargamentos de oro y plata con destino a pagos de particulares y de la Corona incentivó la creación de una suerte de "mercado de valores", si bien nunca llamado así, como sucedió en Amberes, Amsterdam o Londres. Se ubicaba en Gradas, al aire libre, en un flanco de la catedral; allí acudían todos los mercaderes interesados en los tratos de giros y asientos [1]. Por su naturaleza, estas operaciones financieras requerían un marco institucional estable que garantizara el cumplimiento de los contratos y la seguridad de los títulos de propiedad a largo plazo. Sin embargo, las actividades de la Corona iban en la dirección opuesta: la expropiación de cargamentos (habitualmente compensada por la entrega de títulos de deuda a largo plazo, juros) y las sucesivas bancarrotas de la monarquía desalentaron las formas de contratación e inversión más complejas, dado que todo derecho de propiedad era inseguro en un horizonte temporal muy corto. 

Pocos eran los hombres de negocios que, con varios años de experiencia, no habían experimentado situaciones comprometidas, de modo que, para atenuar riesgos, los comerciantes tendieron a desinvertir en las finanzas y refugiar sus capitales en la agricultura, donde las posibilidades de expropiación era menores. Así, la inestabilidad institucional inhibió la contratación compleja y la acumulación de capital en las finanzas, que en otro caso hubiera podido financiar el desarrollo comercial e industrial.

En contraste con el caso español, en Inglaterra el mercado de capitales se desarrolló rápidamente después de las revoluciones de mediados del siglo XVII. El nuevo marco institucional, basado en la supremacía parlamentaria, el control de los estamentos sobre las finanzas, la independencia del poder judicial (al menos en relación a la Corona) y la supremacía de la common law aumentó la seguridad de los derechos de propiedad y redujo los costes de transacción. El Estado se volvió más solvente y pudo acceder a un nivel de fondos sin precedentes, surgieron multitud de nuevos bancos (incluido el Banco de Inglaterra en 1694, con el objeto inicial de intermediar en la deuda pública) y los tipos sobre el crédito público y privado bajaron.



B) La industria de la seda


La industria de la seda era, sin duda, la más prometedora de cuantas había en España a inicios del siglo XVI. Se trataba de una herencia musulmana, bien afincada en Valencia y en el recientemente conquistado reino nazarí de Granada, pero también en Toledo, Talavera de la Reina, Almería, Málaga y Murcia. 

Los Reyes Católicos respetaron inicialmente esta tradición, prohibiendo en 1500 la entrada en el reino de seda en madejas, en hilo y en capullos. Siguiendo una progresión que había empezado antes de las medidas proteccionistas, las exportaciones crecieron a buen ritmo a inicios de siglo, contando con mercados en Flandes, Francia, norte de África e incluso Italia. La afluencia de metales preciosos, al elevar los costes de producción y disminuir el tipo de cambio, pudo atenuar la fuerza exportadora de aquella industria, pero no la detuvo. Hacia 1540 se encontraba en su punto álgido: por entonces, en Granada se labraba, se vendía y se exportaba más que nunca. 

La industria se organizaba de la siguiente forma. En primer lugar, las familias moriscas elaboraban elaboraban la materia prima y vendían las madejas a comerciantes-empresarios. Estos proporcionaban la materia prima y arrendaban (o vendían) casas y telares a los tejedores, que trabajaban por encargo y devolvían a fecha fija el producto acabado, que era vendido a cuenta y riesgo del comerciante. Se trataba del célebre Verlagssystem o sistema de industria a domicilio. 

Sin embargo, todo el sistema había entrado en decadencia hacia 1575, como nos informan los procuradores de Granada: por entonces los telares están inactivos; la demanda extranjera, en crisis, etc. Las leyes suntuarias, promulgadas reiteradamente en 1494, 1534 y 1586, por un lado, limitaron la demanda interior, al tiempo que la Inquisición desplegó una enorme actividad durante la década posterior a 1550, cuando se confiscaron las propiedades de muchos judíos y moriscos. Además, se promulgó una pragmática sobre la exportación de géneros de seda, y los impuestos sobre la seda granadina aumentaron enormemente después de 1561.


C) Conclusión


Cuando los costes de transacción son elevados debido a la inestabilidad institucional, los contratos tienden a simplificarse y a limitarse tanto espacial como temporalmente. De ese modo, la productividad del trabajo y los beneficios empresariales decrecen, pero a su vez los riesgos de pérdida son menores. En relación con esto, se acentúa el predominio del sector primario, donde las actividades son poco intensivas en tiempo y en capital, mientras que los sectores secundario y terciario son condenados a la marginalidad salvo para las actividades directamente vinculadas con el Estado.

En esa tesitura, el comportamiento de los comerciantes sevillanos o de los tejedores granadinos nos aparece como perfectamente racional: adaptaron sus actividades económicas para minimizar las pérdidas, aún cuando eso supusiera abandonar actividades más productivas para ellos y para la economía en general. Como consecuencia de la inestabilidad y la consiguiente desinversión, España se convirtió en una región subdesarrollada, donde los empleos más codiciados se situaban en la esfera no productiva: el ejército, la Iglesia y el funcionariado.

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[1]: Un asiento consiste en un préstamo a gran escala entre la Corona y banqueros particulares, hasta cierto punto equiparable a una suerte de deuda pública a corto plazo. Como las sumas eran considerables, habitualmente tomaban parte muchos negociantes en el mismo préstamo. Los contratos de asiento fueron uno de los principales motivos para formar la bolsa de Sevilla, pero la expropiación de cargamentos y las bancarrotas de la Corona compensarían con mucho esa primera tendencia.

martes, 17 de abril de 2012

Formas de intercambio y desarrollo económico: la perspectiva de Douglass C. North


Douglass C. North, premio Nobel de economía en 1993, es uno de los historiadores económicos más innovadores de las últimas décadas. Su énfasis en el papel de las instituciones (formales e informales) a la hora de disminuir los costes de transacción y promover los intercambios complejos ha dado un giro copernicano a las teorías sobre desarrollo económico.

Habitualmente, un intercambio implica asimetría de información: la parte proveedora conoce mejor las características de su mercancía que la parte compradora, de modo que puede ocultar parte de las mismas para obtener beneficios fraudulentos a costa del comprador (p. ej., defectos ocultos de un vehículo usado). Obtener toda la información relevante sobre los bienes o servicios a contratar es costoso, como también lo es medir y vigilar el trabajo de un proveedor (otra empresa, empleados, etc.) para evitar comportamientos oportunistas. El coste de obtener tal información, negociar los contratos y hacerlos cumplir se llama coste de transacción. Aunque éste no puede eliminarse por completo de ninguna relación contractual, sí puede reducirse mediante limitaciones formales (leyes, constituciones, tribunales, etc.) e informales (códigos de conducta, valores, etc.) que castiguen a los oportunistas y promuevan el cumpliemiento de los contratos.

Douglass C. North sostiene que los intercambios tienden a adaptarse (contraerse o expandirse, hacerse más sencillos o complejos) en función de la magnitud del coste de transacción.

Una primera forma han sido los intercambios personales y sencillos, que se realizan en un ámbito espacial y temporal reducido; implican siempre a los mismos actores, que generalmente se conocen (homogeneidad cultural), y las características de los bienes intercambiados tienden a ser fácilmente medibles. En este contexto, los contratos se cumplen sin necesidad de coacción, sea por una de las partes o de una tercera (habitualmente, el Estado). Para evitar el oportunismo y el fraude, los actores tratan de repetir los intercambios con las mismas personas, o llevar al mercado únicamente bienes con características fáciles de medir (donde los problemas de información asimétrica entre comprador y vendedor son menores). Las sociedades tribales o la economía de aldea en la Edad Media serían buenos ejemplos de ello. En ellas, los costes de transacción son bajos, pero dado que la especialización y la división del trabajo son rudimentarios, los costes de transformación son muy altos.

Una segunda forma han sido los intercambios impersonales no garantizados por una tercera parte. Cuando los intercambios crecen en complejidad, las partes buscan reducir los costes de transacción (riesgo de oportunismo, fraude, etc.) mediante vínculos de parentesco, intercambio de rehenes, códigos de conducta comercial y otro tipo de lazos. Frecuentemente, el intercambio se realiza en un contexto de rituales complejos y de preceptos religiosos que deben obligar (idealmente) a las partes. Ejemplos de ello son las asociaciones comerciales de la Edad Media o los viajes kula de los indígenas de las islas Trobriand. Aunque este sistema permite cierta extensión de los contratos en el espacio y el tiempo y, por tanto, promueve cierta división del trabajo y alguna disminución en los costes de transformación (aumento de la productividad), los intercambios siguen realizándose entre grupos localizados que sólo pueden obligarse mutuamente mediante el ostracismo, el arbitraje basado en el parentesco, la amenaza sobre los rehenes de la otra parte, etc. El coste de transacción sigue siendo elevado.

Finalmente, las economías desarrolladas se mueven en un contexto intercambios impersonales garantizados por una tercera parte (o de cumplimiento obligatorio), donde el Estado vela por los derechos de propiedad, garantiza el cumplimiento de los contratos, persigue y castiga a los oportunistas, etc. Aunque este cumplimiento nunca es perfecto, permite llevar a cabo contratos más complejos que implican altos costes de transacción. Así, incentiva el ahorro y la inversión a largo plazo y los contratos diferidos en el tiempo y el espacio. Se desarrolla la división del trabajo, los costes de transformación disminuyen y la productividad del trabajo aumenta. Un ejemplo típico de esta forma de intercambio son las economías del Primer Mundo, donde toman parte individuos de culturas, religiones y características muy diferentes.

Sin embargo, la existencia de una tercera parte no es sinónimo de desarrollo económico. De hecho, el Estado es con frecuencia un obstáculo importante. La confiscación arbitraria de propiedades, la manipulación de la justicia o la inflación legislativa en respuesta a grupos de presión organizados inhiben el desarrollo de la economía, que tiende entonces a las dos primeras formas de intercambio. Así, los individuos se adaptan para minimizar los riesgos asociados con la información asimétrica, el oportunismo, etc. Ejemplos de ello son las economías del Tercer Mundo, o la evolución de la economía española entre los siglos XVI y XVII. El subdesarrollo es un resultado muy probable cuando el marco institucional promueve que los individuos inviertan en actividades no productivas (en especial, inversiones en influencia política para obtener rentas, redistribución a costa de otros individuos, etc.). Y los incentivos para tales inversiones no productivas aumentan conforme se expande la regulación estatal.

Por cierto, este esquema de Douglass C. North es complementario al de Karl Polanyi, sobre el que hablaremos algún día.

viernes, 23 de marzo de 2012

Las bases del Imperio carolingio


El Imperio carolingio, vigente desde la segunda mitad del siglo VIII hasta la primera mitad del IX, aparece como una excepción notable en la historia de la Edad Media.

Desde el siglo III era evidente en toda Europa occidental una depresión demográfica y económica, que en última instancia desencadenó la quiebra del Imperio romano. Como hemos visto en otros posts, éste se disolvió en una serie de poderes locales (obispados, aristocracias romano-germánicas, etc.), formalmente culminados por las nuevas monarquías de origen bárbaro (visigodos, anglosajones, francos, etc.).

La depresión demográfica, la autarquía económica y la consiguiente preeminencia de la propiedad inmobiliaria brindaban pocas opciones de expansión a las monarquías centrales. Sus resultados obvios eran la descentralización política y la protofeudalización. Sólo a partir del siglo XI, coincidiendo con una nueva coyuntura demográfica y económica, empezará una lenta consolidación basada en las economías militares de escala y en la alianza entre ciudades y monarquía (lo que permitía a esta última obtener ingresos líquidos a cambio de privilegios comerciales). La culminación de este proceso son las monarquías autoritarias y absolutas de la Edad Moderna.

Así pues, la emergencia del Imperio carolingio en el siglo VIII parece una excepción inexplicable. ¿Cuáles son sus bases estructurales?

A nivel político, está formado por unos 300 condados elegidos y revocables por el emperador, así como varias marcas en los territorios fronterizos (Hispania, Sajonia, Panonia, Bretaña). Cada región conserva sus propias leyes, y los impuestos directos de época romana han desaparecido casi completamente. El emperador sólo obtenía ingresos de las rentas de sus dominios (tierras fiscales), de las multas judiciales (las freda), de las multas militares y de impuestos indirectos sobre un escaso comercio*. La administración palatina envía periódicamente por el Imperio a unos agentes reales (missi dominici) encargados de corregir los abusos de condes y marqueses, de impartir justicia y de proponer sanciones. Pero eso es todo.

El Estado consiste en una pirámide de relaciones vasalláticas culminadas en el emperador. Éste emplea sus dominios reales (tierras fiscales) para concederlos a sus vasallos, que a cambio le deben lealtad y obediencia, si bien las tierras vuelven a manos del emperador a la muerte de éstos. De ese modo, se forma un grupo de vasallos reales (vassi dominici) que acompañan al monarca en todas sus campañas. Todos los hombres libres tienen obligación de prestar un servicio militar, pero en la práctica sólo se convoca a quienes habitan cerca de la región donde se va a luchar. Esto implica que las economías militares de escala son escasas, puesto que las regiones fronterizas no se benefician del potencial militar del conjunto del imperio (salvo en lo que se refiere a los vasallos directos del rey).

Dado que el Imperio carolingio no proporciona economías significativas (a nivel de escala o de costes de transacción), su existencia fugaz debe apoyarse en una circunstancia excepcional.

El emperador debe su poder a la guerra: gracias a ella amplía con frecuencia sus dominios reales (tierras fiscales), que así puede repartir entre más guerreros, ampliando la nómina de vasallos a su servicio. A su vez, los éxitos militares en sí mismos atraen a nuevos caballeros bajo su servicio con la perspectiva de obtener botín. Pero cuando las conquistas se estancan, el número de vasallos tiende a reducirse, o bien éstos tienden a independizarse: al morir los vasallos, sus propiedades retornan al dominio real y sus descendientes se desligan del emperador; o bien los descendientes de los vasallos presionan al monarca para que se les conceda la misma tierra en plena propiedad, dado que ya no pueden obtener nuevos dominios en el extranjero. En ambos casos, el poder central se reduce.

Así pues, el Imperio carolingio debe su existencia a las oportunidades de conquista en las fronteras del núcleo del reino franco (Aquitania, Baviera, Bretaña, Sajonia, Lombardía, norte de Hispania, etc.), donde sus enemigos eran técnicamente inferiores**. Dado que los dominios reales aumentaban en mayor medida que los de sus vasallos a cada conquista***, los éxitos militares pusieron en marcha una retroalimentación positiva entre conquistas, dominios reales, número de vasallos y poder imperial que cesó tan rápidamente como se alcanzaron territorios demasiado lejanos o demasiado difíciles de doblegar.

La nobleza local, reforzada por la adquisición a perpetuidad de sus honores y beneficios (en suma, tierras), tendió a fomentar las luchas dinásticas por el acceso al trono, donde apoyaba a unos u otros candidatos a cambio de obtener nuevos dominios. Así, Carlos el Calvo (840-877) distribuyó cuatro veces más tierras fiscales que Carlomagno.

El pacto de Verdún (843), las guerras civiles, las invasiones vikingas y las razzias musulmanas pondrán el punto y final a los sueños de unidad. Finalizada la experiencia imperial, y un vez equiparada toda Europa occidental a nivel técnico, daba comienzo la época feudal clásica.

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* El comercio es escaso respecto a épocas posteriores, pero no respecto a la época inmediatamente anterior. El imperio carolingio logró cierto excedente económico a través de la acuñación de plata y del movimiento interregional de bienes, que conectaba sobre todo por vía fluvial los diferentes centros de comercio.

** Una prueba de ello es que las principales exportaciónes del Imperio carolingio en dirección a los territorios del Norte y el Este de Europa consistían en armamento. De hecho, Carlomagno confiscó en alguna ocasión estas exportaciones por motivo de seguridad interna.

*** Esto es fácil de demostrar con un ejemplo sencillo. Supongamos que el territorio inicial franco está dividido en 4 áreas; 1 de ellas propiedad real y las otras 3, propiedad real cedida en usufructo a sus vasallos nobiliarios. Si el territorio aumenta de 4 a 6 áreas, el monarca puede ceder 3 propiedades para sus vasallos y conservar otras 3. Si vuelve a aumentar hasta 8 áreas, puede conservar 5 y ceder 3. Por último, si las conqusitas aumentan el territorio hasta 10 áreas, puede retener 7 y ceder 3. Así, las conquistas garantizan que el emperador pueda redistribuir 3 parcelas para mantener constante el número de vasallos, al tiempo que expande el dominio real directo en relación a los dominios de sus vasallos.

domingo, 29 de enero de 2012

Aristóteles: estructura social y estructura política


Como dijimos en La redistribución como mecanismo de cohesión social, los Estados tratan de perpetuarse mediante la distribución de ingresos y de participación política entre sus súbditos, de forma que cada grupo social reciba una cantidad igual a su contribución marginal a la supervivencia de la comunidad. He encontrado una explicación sorprendentemente similar en la Política de Aristóteles, que correlaciona la estructura socioeconómica de las poleis griegas con su estructura de participación política (p. 240):
Puesto que cuatro son principalmente las partes del pueblo -campesinos, artesanos, comerciantes y jornaleros- y cuatro las que se necesitan para la guerra -caballería, infantería pesada, infantería ligera y flota-, donde el país sea adecuado para la caballería, allí corresponderá, naturalmente, establecer la oligarquía fuerte (pues la salvación de los habitantes radica en ese poder, y la crianza de los caballos es propia de los que poseen grandes fortunas); y donde para la infantería pesada, la siguiente oligarquía (ya que la infantería pesada es más propia de los ricos que de los pobres); la infantería ligera y la flota son totalmente democráticas.
Sería interesante verificar empíricamente esta hipótesis a través de las fuentes y de la arqueología. Aristóteles basa sus observaciones en una recopilación de 158 constituciones de diferentes estados griegos, pero desgraciadamente se han perdido todas salvo la de los atenienses.