viernes, 5 de abril de 2013

La guerra en un contexto de descenso demográfico

Hemos comentado en alguna ocasión que la guerra aparece históricamente asociada al crecimiento demográfico. La expansión de la población da lugar a conflictos entre comunidades por el control de los recursos, lo que sirven tanto para limitar la natalidad dentro de cada comunidad (a través de métodos anticonceptivos, infanticio, etc.) como para mantener a las comunidades lo suficientemente alejadas entre sí, de forma que conserven un área de explotación lo suficientemente grande para su sustento. Esta explicación se ajusta bastante bien al caso de los machiguenga de la selva amazónica y a los casos registrados de diferentes sociedades protohistóricas (egipcios predinásticos, celtas, griegos de la Edad Oscura, etc.).

Sin embargo, bajo determinadas circunstancias sucede lo contrario: la guerra puede recrudecerse a causa de un descenso demográfico. Como comentan Michel Balard y otros, la depresión demográfica de los siglos XIV y XV en Europa, con la consiguiente reducción de las rentas, presionaron a los señores feudales a buscar nuevas fuentes de ingresos a través de la guerra (la negrita es mía):
Las rentas de la aristocracia terrateniente disminuyeron de año en año. Para compensar esta disminución, los nobles y todos los que vivían de las rentas de la tierra buscan otras fuentes de ingresos, como por ejemplo el bandidaje que, en estos tiempos turbulentos, suponía pocos riesgos; hay ejemplos famosos, en Francia e Inglaterra, de nobles bandidos (los Folville, por ejemplo), pero más graves eran las usurpaciones sistemáticas de las propiedades ajenas que solían llevar a cabo muchos señores propietarios de tierras.
De esta fecha datan, por cierto, numerosas guerras civiles entre diferentes sectores de la nobleza y la monarquía.

lunes, 25 de marzo de 2013

Modelo de colonización y transición democrática en África

Interesante reflexión de Ángel Pérez en Consolidación democrática en África subsahariana (la negrita es mía):

Respecto a franceses y británicos, su presencia fue determinante a los efectos que hoy y aquí nos interesan. Los franceses practicaron lo que ha venido a denominarse asimilación, esto es, la extensión de sus instituciones y formas a los territorios africanos. Los británicos, sin embargo, practicaron desde un principio un sistema de gobierno indirecto, que permitió luego admitir con facilidad el autogobierno. Hubo un intento consciente por equilibrar la administración colonial y la tradicional autoridad de jefes, clanes y tribus, introduciendo prácticas democráticas en consejos de distrito y ayuntamientos. Hemos planteado en la hipótesis un axioma importante, la democratización como fenómeno más probable en sociedades cuyas estructuras previas gozaban de legitimidad.
 La colonización británica permitió mantener esa ficción de legitimidad que se había perdido, por el contrario, en los territorios de colonización francesa. El resultado es que los estados de colonización anglosajona muestran mayor estabilidad y mejores condiciones para la consolidación democrática. Es el caso de Zambia, Namibia, República Sudafricana, Botswana, Zimbabwe o Tanzania. Incluso la antigua Somalia británica, Somaliland. Si bien Somalia es un Estado sumido en el caos, dentro de ella se han desarrollado subestructuras de poder más o menos inestables y que carecen de reconocimiento internacional.
Más adelante, continúa:
En los estados de colonización francesa la adopción del sistema republicano
y presidencial ha consolidado ejecutivos demasiado independientes y prácticas de poder
más cercanas a las propias de un rey que al de un jefe de Estado democrático.

domingo, 24 de marzo de 2013

Instituciones y subdesarrollo: el caso de Guinea Ecuatorial

Guinea Ecuatorial es un buen ejemplo de cómo las instituciones pueden inhibir el desarrollo económico.

Esta pequeña república situada en el área centro-occidental de África está presidida por Teodoro Obiang, un dictador que utiliza el aparato del Estado para repartir beneficios entre familiares y amigos: su hijo es consejero del ministro de Deportes y presidente del club de fútbol The Panthers; su hija, directora adjunta del Banco Central de África Occidental (BEAC). La estrategia del Estado guineano es similar a la de muchos regímenes preindustriales: el dictador confía en sus familiares los puestos clave de la administración para garantizar su fidelidad, al tiempo que emplea el poder judicial (totalmente subordinado al ejecutivo) para capturar rentas con las que comprar la fidelidad de los caciques locales. Por si fuera poco, las reservas petrolíferas del país proporcionan a la dictadura todos los recursos que necesita, desalentando la introducción de reformas económicas que proporcionarían ingresos fiscales alternativos. Como consecuencia, los derechos de propiedad son completamente inseguros para la mayoría de la población, que no puede aventurarse en formas de contratación complejas sin temer que los beneficios sean capturados por las élites afines al poder.

Como el Imperio español, Guinea está atrapada entre la riqueza de materias primas y la necesidad de comprar con privilegios la estabilidad de la coalición dominante.

El País publica hoy un reportaje que ilustra con casos muy concretos las pinceladas que acabamos de dar. Por ejemplo, la interminable cadena de sobornos sirve para erigir barreras en el mercado y elevar las rentas de los caciques locales que participan en él a título privilegiado. Como narra un empresario español:
En el aeropuerto te das cuenta de que tienes que pagar por todo: al comisario para que te selle el pasaporte, al de seguridad nacional para el visado de salida, al fiscal general, al que tenían en nómina, para los permisos. Una cadena que no termina nunca. ¡Pero si no hemos empezado a trabajar!, les decía yo.
Cuando este mismo empresario se opuso a pagar comisiones ilegales, le amenazaron con usar el poder judicial contra él:
Falló que no quisimos pagar más dinero a la gente de Ruslan. Te estrangulan económicamente y se buscan a otro. Y se quedan con todo, con toda la inversión que has dejado allí. Al final, cuando nos oponíamos a algo te decían: ¿qué quieres, que te denuncie por violación? ¿Quieres ir a la cárcel? Nos lo dijeron muchas veces y tuvimos verdadero pánico. El socio que se estableció en Malabo se tuvo que marchar. Yo pensaba: pero ¿dónde nos hemos metido? ¿A quién reclamo? La corrupción es total, es brutal.
En otros casos, el régimen obliga a los empresarios extranjeros a tomar a caciques locales como socios, que finalmente terminan capturando todas las rentas del proyecto a través de comisiones ilegales, amenazas o expropiaciones abiertas:
Nos obligaron a tener de socio local al ministro de bosques. Teodorín (el hijo y sucesor de Obiang) era entonces su consejero y ya estaba metido en el negocio de la madera. Mi socio trató con él y le dieron todas las facilidades, por supuesto después de pagar comisiones por todos lados. Nos cedieron un terreno de seis hectáreas a cuatro kilómetros de Malabo. Trasladamos la maquinaria: bulldozers, camiones, cortadoras, secadoras. Llevamos a cuatro técnicos para formar allí a los obreros guineanos, más de cuarenta hombres. Casi dos años de trabajo para levantar el aserradero y no pudimos exportar ni la primera remesa. Cuando estuvo el almacén lleno comenzaron los problemas, las pegas, la falta de permisos. No entendíamos nada. Logramos sacar cuatro contenedores sobornando a gente del puerto. A mi socio le dijeron que o se iba o le metían en la cárcel, pero decidió quedarse. 
Para forzarle a abandonar sus instalaciones, fue encerrado en la cárcel de Black Beach, sin comida, pisando sus propias heces y con malaria. Finalmente todo pasaría a manos de socios locales de los inversores extranjeros.
Cuando llevas la maquinaria empiezan los problemas. Te ponen toda clase de pegas para que te vayas y se quedan con todo. Si no aceptas, sabes que acabas en la cárcel de Black Beach. Luego celebran un ajunta y dien que su socio español se ha marchado del país. La gente se va por miedo.
Estos casos ilustran el papel clave que juegan las instituciones en el desarrollo económico. Al elevar la inseguridad jurídica y los costes de transacción, Obiang no sólo captura rentas a costa de los inversores extranjeros sino de la gran mayoría de guineanos, que en otro caso prosperarían desde sus negocios precarios y casi autosuficientes actuales hasta formas de organización y contratación complejas que erosionarían las rentas de la clase dominante (que incluye, por cierto, a algunos empresarios extranjeros que sí se han amoldado al régimen).

Este caso demuestra, por cierto, que el subdesarrollo es principalmente una cuestión endógena, aunque en otros casos el colonialismo encubierto puede jugar un papel importante.

domingo, 10 de marzo de 2013

¿Son las instituciones la clave para el desarrollo económico?

En este blog hemos seguido la perspectiva de Douglass C. North acerca del papel de las instituciones a la hora de promover la aparición de intercambios complejos, acumulaciones de capital e incrementos en la productividad del trabajo de forma sostenible, que serían la base del crecimiento económico a largo plazo. Si bien esta tesis parece plausible lógica e históricamente, necesitaba de cierta base empírica. Edward Glaeser, Rafael La Porta y Florencio López de Silanes proporcionan esa base empírica en Do Institutions Cause Growht? Os pego un fragmento de sus conclusiones (la negrita es mía):

Finally, the evidence shows a strong correlation between economic growth over a period and the average assessments of institucional quality over that period, including constraints on the executive, risk of expropriation, government effectiveness, and autocracy. In contrast, there is no relationship between growth and constitucional measures of institutions, such as judicial independence, constitucional review, plurality, and proporcional representation. The contrast between the institucional outcome variables used in the growth literature, and the constitucional constraints on government, is striking.

lunes, 21 de enero de 2013

La supremacía masculina

El debate acerca de la supremacía masculina está presidido por un hecho incuestionable: el hombre ha dominado sobre la mujer de forma abrumadora en los últimos cinco mil años (desde que existe registro escrito). 

Hobbes consideraba que hombres y mujeres solo se hacen desiguales por la ley; no obstante, en tal caso habría que explicar por qué los hombres, partiendo de una situación de igualdad, consiguen sobreponerse a las mujeres y emplear la ley para dominarlas. 

El antropólogo Evans-Pritchard sostenía que la desigualdad de género estaba ligada a la desigualdad social en general: las sociedades más estratificadas tendían a conceder más poder al hombre sobre la mujer, mientras que las sociedades más igualitarias a nivel político/económico tendían a mostrar relaciones de género también más igualitarias. Sin embargo, existen excepciones muy importantes a este modelo: tribus igualitarias como los machiguenga (Amazonas peruano) oprimen y maltratan a sus mujeres; los atenienses clásicos (también relativamente igualitarios), recluían a sus mujeres en una estancia de la casa, y su existencia era tan miserable que solía decirse que, "para una mujer griega, un mal marido es peor que la muerte"; lo mismo sucedía en la Norteamérica de los siglos XVIII-XIX, considerablemente igualitaria pero brutalmente machista.

Así pues, ¿cómo explicar la supremacía masculina en tantas sociedades a lo largo de la historia? En primer lugar, debemos reconocer que hombres y mujeres no son iguales por naturaleza (lo que tampoco implica relaciones de superioridad per se). Los hombres son de media un 6% más altos que las mujeres, lo que implica, también de media, un 6% más de masa muscular. Eso significa que somos un 6% mejores para combatir o para remover la tierra con arados, una diferencia crucial en determinados contextos.

Para una sociedad preindustrial que vive azotada por la escasez, remover la tierra con un 6% más de efectividad supone cosechas más abundantes y más tierras cultivables; es decir, menos mortalidad por hambruna. Dado que carecen de métodos anticonceptivos y no pueden mantener a todos los niños que nacen, estas sociedades se ven obligadas a elegir qué niños sobreviven y cuáles mueren. Como los hombres son vitales para trabajar el arado, tienden a practicar el infanticidio femenino, lo que da como resultado un porcentaje de hombres mayor que el de mujeres al llegar a la edad adulta. Así, nos encontramos con sociedades donde hay más hombres que mujeres, donde se prefiere el nacimiento de hijos varones y donde las hijas son percibidas como una carga por sus familias *. Por si fuera poco, el varón tiene el control sobre la parte más vital de la subsistencia familiar: el fruto de su arado.

Además, como decíamos, más masa muscular implica más fuerza para combatir. Cuando la guerra es endémica (con frecuencia a causa de la presión sobre los recursos), las sociedades incapaces de defenderse son expulsadas de sus tierras, bosques o pastos y forzadas a emigrar hacia zonas marginales o a trabajar como siervos para los invasores. En esa tesitura, los grupos tienen que tomarse en serio su defensa: como en el caso anterior, deben practicar el infanticidio femenino para obtener un mayor ratio de hombres sobre mujeres y adiestrar a sus hijos varones en la guerra. Por si fuera poco, estas sociedades guerreras entregan las armas a los varones y premian en ellos los comportamientos agresivos y temerarios. Los hombres que serían castigados con la cárcel en una sociedad moderna son premiados aquí con banquetes y concubinas, lo que hace más probable y más permisible el maltrato de género.

Así pues, la supremacía masculina aparece cuando proporciona una ventaja cultural: más y mejores cultivadores y más y mejores guerreros. En sociedades donde la guerra y el arado están ausentes, como entre ciertos cazadores-recolectores (por ejemplo, los ¡kung de Botsuana), los hombres son incapaces de dominar a las mujeres. Lo mismo sucede donde el cultivo de la tierra no requiere de tanta fuerza muscular (por ejemplo, donde se cultiva mediante técnicas de tala y quema, o mediante tecnología industrial) o donde la guerra ha perdido su carácter de cuerpo a cuerpo (como en las sociedades postindustriales modernas). La protohistoria de la península ibérica proporciona un ejemplo significativo: los galaicos, cuyas mujeres gozaban de un rango social respetable, practicaban la agricultura de tala y quema, mientras que los íberos, que cultivaban con arados, eran una sociedad marcadamente patriarcal.

La buena noticia en todo esto es que, si bien los hombres han dominado sobre las mujeres porque existía una ventaja en ello, tal ventaja ha desaparecido. En la actualidad la inteligencia es abrumadoramente más crucial que la masa muscular, de modo que existe una ventaja cultural en incorporar a la mujer, en pie de igualdad, en los trabajos productivos y militares.


----------------

* Las mujeres son percibidas como una carga, pero es indudable que también realizan actividades importantes: tejen los vestidos para uso de la familia, crían a los hijos, cuidan de los animales domésticos y en ocasiones cultivan los huertos cercanos.

jueves, 8 de noviembre de 2012

La Corona y la economía española en el siglo XVI


Hace un par de años escribí un trabajo sobre las consecuencias del descubrimiento de América en la economía española. El hilo giraba inicialmente en torno a las remesas de oro y plata, que distorsionaron de forma decisiva la estructura productiva, pero terminó convirtiéndose en un trabajo global, con especial énfasis en la intervención de la Corona en la economía (sin la cual, las remesas indianas nunca hubieran sido tan perniciosas).

En esta entrada me gustaría mostrar cómo la intervención arbitraria generó incertidumbre, elevó los costes de transacción e inhibió el desarrollo de sectores económicos avanzados. Los dos ejemplos que he escogido son el mercado de capitales de Sevilla y la industria de la seda (muy importante en Granada y Valencia, por herencia musulmana).


A) El mercado de capitales de Sevilla


La llegada continua a Sevilla de cargamentos de oro y plata con destino a pagos de particulares y de la Corona incentivó la creación de una suerte de "mercado de valores", si bien nunca llamado así, como sucedió en Amberes, Amsterdam o Londres. Se ubicaba en Gradas, al aire libre, en un flanco de la catedral; allí acudían todos los mercaderes interesados en los tratos de giros y asientos [1]. Por su naturaleza, estas operaciones financieras requerían un marco institucional estable que garantizara el cumplimiento de los contratos y la seguridad de los títulos de propiedad a largo plazo. Sin embargo, las actividades de la Corona iban en la dirección opuesta: la expropiación de cargamentos (habitualmente compensada por la entrega de títulos de deuda a largo plazo, juros) y las sucesivas bancarrotas de la monarquía desalentaron las formas de contratación e inversión más complejas, dado que todo derecho de propiedad era inseguro en un horizonte temporal muy corto. 

Pocos eran los hombres de negocios que, con varios años de experiencia, no habían experimentado situaciones comprometidas, de modo que, para atenuar riesgos, los comerciantes tendieron a desinvertir en las finanzas y refugiar sus capitales en la agricultura, donde las posibilidades de expropiación era menores. Así, la inestabilidad institucional inhibió la contratación compleja y la acumulación de capital en las finanzas, que en otro caso hubiera podido financiar el desarrollo comercial e industrial.

En contraste con el caso español, en Inglaterra el mercado de capitales se desarrolló rápidamente después de las revoluciones de mediados del siglo XVII. El nuevo marco institucional, basado en la supremacía parlamentaria, el control de los estamentos sobre las finanzas, la independencia del poder judicial (al menos en relación a la Corona) y la supremacía de la common law aumentó la seguridad de los derechos de propiedad y redujo los costes de transacción. El Estado se volvió más solvente y pudo acceder a un nivel de fondos sin precedentes, surgieron multitud de nuevos bancos (incluido el Banco de Inglaterra en 1694, con el objeto inicial de intermediar en la deuda pública) y los tipos sobre el crédito público y privado bajaron.



B) La industria de la seda


La industria de la seda era, sin duda, la más prometedora de cuantas había en España a inicios del siglo XVI. Se trataba de una herencia musulmana, bien afincada en Valencia y en el recientemente conquistado reino nazarí de Granada, pero también en Toledo, Talavera de la Reina, Almería, Málaga y Murcia. 

Los Reyes Católicos respetaron inicialmente esta tradición, prohibiendo en 1500 la entrada en el reino de seda en madejas, en hilo y en capullos. Siguiendo una progresión que había empezado antes de las medidas proteccionistas, las exportaciones crecieron a buen ritmo a inicios de siglo, contando con mercados en Flandes, Francia, norte de África e incluso Italia. La afluencia de metales preciosos, al elevar los costes de producción y disminuir el tipo de cambio, pudo atenuar la fuerza exportadora de aquella industria, pero no la detuvo. Hacia 1540 se encontraba en su punto álgido: por entonces, en Granada se labraba, se vendía y se exportaba más que nunca. 

La industria se organizaba de la siguiente forma. En primer lugar, las familias moriscas elaboraban elaboraban la materia prima y vendían las madejas a comerciantes-empresarios. Estos proporcionaban la materia prima y arrendaban (o vendían) casas y telares a los tejedores, que trabajaban por encargo y devolvían a fecha fija el producto acabado, que era vendido a cuenta y riesgo del comerciante. Se trataba del célebre Verlagssystem o sistema de industria a domicilio. 

Sin embargo, todo el sistema había entrado en decadencia hacia 1575, como nos informan los procuradores de Granada: por entonces los telares están inactivos; la demanda extranjera, en crisis, etc. Las leyes suntuarias, promulgadas reiteradamente en 1494, 1534 y 1586, por un lado, limitaron la demanda interior, al tiempo que la Inquisición desplegó una enorme actividad durante la década posterior a 1550, cuando se confiscaron las propiedades de muchos judíos y moriscos. Además, se promulgó una pragmática sobre la exportación de géneros de seda, y los impuestos sobre la seda granadina aumentaron enormemente después de 1561.


C) Conclusión


Cuando los costes de transacción son elevados debido a la inestabilidad institucional, los contratos tienden a simplificarse y a limitarse tanto espacial como temporalmente. De ese modo, la productividad del trabajo y los beneficios empresariales decrecen, pero a su vez los riesgos de pérdida son menores. En relación con esto, se acentúa el predominio del sector primario, donde las actividades son poco intensivas en tiempo y en capital, mientras que los sectores secundario y terciario son condenados a la marginalidad salvo para las actividades directamente vinculadas con el Estado.

En esa tesitura, el comportamiento de los comerciantes sevillanos o de los tejedores granadinos nos aparece como perfectamente racional: adaptaron sus actividades económicas para minimizar las pérdidas, aún cuando eso supusiera abandonar actividades más productivas para ellos y para la economía en general. Como consecuencia de la inestabilidad y la consiguiente desinversión, España se convirtió en una región subdesarrollada, donde los empleos más codiciados se situaban en la esfera no productiva: el ejército, la Iglesia y el funcionariado.

--------------

[1]: Un asiento consiste en un préstamo a gran escala entre la Corona y banqueros particulares, hasta cierto punto equiparable a una suerte de deuda pública a corto plazo. Como las sumas eran considerables, habitualmente tomaban parte muchos negociantes en el mismo préstamo. Los contratos de asiento fueron uno de los principales motivos para formar la bolsa de Sevilla, pero la expropiación de cargamentos y las bancarrotas de la Corona compensarían con mucho esa primera tendencia.

martes, 17 de abril de 2012

Formas de intercambio y desarrollo económico: la perspectiva de Douglass C. North


Douglass C. North, premio Nobel de economía en 1993, es uno de los historiadores económicos más innovadores de las últimas décadas. Su énfasis en el papel de las instituciones (formales e informales) a la hora de disminuir los costes de transacción y promover los intercambios complejos ha dado un giro copernicano a las teorías sobre desarrollo económico.

Habitualmente, un intercambio implica asimetría de información: la parte proveedora conoce mejor las características de su mercancía que la parte compradora, de modo que puede ocultar parte de las mismas para obtener beneficios fraudulentos a costa del comprador (p. ej., defectos ocultos de un vehículo usado). Obtener toda la información relevante sobre los bienes o servicios a contratar es costoso, como también lo es medir y vigilar el trabajo de un proveedor (otra empresa, empleados, etc.) para evitar comportamientos oportunistas. El coste de obtener tal información, negociar los contratos y hacerlos cumplir se llama coste de transacción. Aunque éste no puede eliminarse por completo de ninguna relación contractual, sí puede reducirse mediante limitaciones formales (leyes, constituciones, tribunales, etc.) e informales (códigos de conducta, valores, etc.) que castiguen a los oportunistas y promuevan el cumpliemiento de los contratos.

Douglass C. North sostiene que los intercambios tienden a adaptarse (contraerse o expandirse, hacerse más sencillos o complejos) en función de la magnitud del coste de transacción.

Una primera forma han sido los intercambios personales y sencillos, que se realizan en un ámbito espacial y temporal reducido; implican siempre a los mismos actores, que generalmente se conocen (homogeneidad cultural), y las características de los bienes intercambiados tienden a ser fácilmente medibles. En este contexto, los contratos se cumplen sin necesidad de coacción, sea por una de las partes o de una tercera (habitualmente, el Estado). Para evitar el oportunismo y el fraude, los actores tratan de repetir los intercambios con las mismas personas, o llevar al mercado únicamente bienes con características fáciles de medir (donde los problemas de información asimétrica entre comprador y vendedor son menores). Las sociedades tribales o la economía de aldea en la Edad Media serían buenos ejemplos de ello. En ellas, los costes de transacción son bajos, pero dado que la especialización y la división del trabajo son rudimentarios, los costes de transformación son muy altos.

Una segunda forma han sido los intercambios impersonales no garantizados por una tercera parte. Cuando los intercambios crecen en complejidad, las partes buscan reducir los costes de transacción (riesgo de oportunismo, fraude, etc.) mediante vínculos de parentesco, intercambio de rehenes, códigos de conducta comercial y otro tipo de lazos. Frecuentemente, el intercambio se realiza en un contexto de rituales complejos y de preceptos religiosos que deben obligar (idealmente) a las partes. Ejemplos de ello son las asociaciones comerciales de la Edad Media o los viajes kula de los indígenas de las islas Trobriand. Aunque este sistema permite cierta extensión de los contratos en el espacio y el tiempo y, por tanto, promueve cierta división del trabajo y alguna disminución en los costes de transformación (aumento de la productividad), los intercambios siguen realizándose entre grupos localizados que sólo pueden obligarse mutuamente mediante el ostracismo, el arbitraje basado en el parentesco, la amenaza sobre los rehenes de la otra parte, etc. El coste de transacción sigue siendo elevado.

Finalmente, las economías desarrolladas se mueven en un contexto intercambios impersonales garantizados por una tercera parte (o de cumplimiento obligatorio), donde el Estado vela por los derechos de propiedad, garantiza el cumplimiento de los contratos, persigue y castiga a los oportunistas, etc. Aunque este cumplimiento nunca es perfecto, permite llevar a cabo contratos más complejos que implican altos costes de transacción. Así, incentiva el ahorro y la inversión a largo plazo y los contratos diferidos en el tiempo y el espacio. Se desarrolla la división del trabajo, los costes de transformación disminuyen y la productividad del trabajo aumenta. Un ejemplo típico de esta forma de intercambio son las economías del Primer Mundo, donde toman parte individuos de culturas, religiones y características muy diferentes.

Sin embargo, la existencia de una tercera parte no es sinónimo de desarrollo económico. De hecho, el Estado es con frecuencia un obstáculo importante. La confiscación arbitraria de propiedades, la manipulación de la justicia o la inflación legislativa en respuesta a grupos de presión organizados inhiben el desarrollo de la economía, que tiende entonces a las dos primeras formas de intercambio. Así, los individuos se adaptan para minimizar los riesgos asociados con la información asimétrica, el oportunismo, etc. Ejemplos de ello son las economías del Tercer Mundo, o la evolución de la economía española entre los siglos XVI y XVII. El subdesarrollo es un resultado muy probable cuando el marco institucional promueve que los individuos inviertan en actividades no productivas (en especial, inversiones en influencia política para obtener rentas, redistribución a costa de otros individuos, etc.). Y los incentivos para tales inversiones no productivas aumentan conforme se expande la regulación estatal.

Por cierto, este esquema de Douglass C. North es complementario al de Karl Polanyi, sobre el que hablaremos algún día.