martes, 28 de junio de 2011
Epílogo: el caballero medieval como adaptación
"El ideal es una flor cuyas raíces son las condiciones materiales de existencia" - Proudhon.
En la introducción decíamos que el comportamiento y los valores del caballero medieval adquieren sentido como adaptación a un determinado contexto ecológico, demográfico y tecnológico, pero tengo la impresión de que el trabajo ha terminado convirtiéndose en un relato casi literario sobre su vida cotidiana, con una breve introducción sobre las "condiciones materiales y culturales" donde no se percibe ninguna relación causal. En este artículo trataré de remediarlo.
En primer lugar, los hechos. El caballero medieval se distingue por su comportamiento agresivo (idealmente controlado), que tiene como finalidad obtener botín, gloria y oportunidades de matrimonio. Al mismo tiempo, el caballero tiende a ser pródigo con sus bienes, y gasta cuanto tiene con sus camaradas de armas y vasallos directos; valora el honor (es decir, la buena reputación, vinculada casi siempre al linaje), las virtudes cristianas y la justicia, que deberían plasmarse en la defensa de los débiles y la sumisión a la Iglesia.
En segundo lugar, la explicación, los por qués. La gran pregunta que debemos responder aquí es por qué los valores y el comportamiento de la caballería medieval triunfaron en la Europa occidental entre los siglos XI y XIII d. C., antes que en otros lugares y en otras épocas [1]. Al asignar diferentes grados de probabilidad a su aparición y éxito, la Historia se convierte en ciencia.
Dada la densidad demográfica y la tecnología de la Edad Media Plena, para las comunidades aldeanas era más rentable defender un territorio que huir de él. En un contexto demográfico menos denso, la respuesta ante agresiones externas podía haber consistido en desplazarse a otros territorios, con la idea de que éstos serían igual de productivos que los ocupados previamente. No obstante, en el siglo XI las áreas cultivables eran escasas en relación a la población, puesto que los medios técnicos tornaban inaccesible el cultivo de muchas zonas, al tiempo que debía mantenerse cerca de la mitad de las tierras en barbecho durante prolongados períodos de tiempo para recuperar su fertilidad. Como resultado, sólo podía cultivarse a la vez una fracción muy pequeña de las tierras, y los campesinos debían resistir a las agresiones externas si querían conservar su nivel de vida, pues no encontrarían parcelas de una fertilidad similar en otro lugar.
La necesidad de defensa frente a las agresiones externas, unido a las economías de escala derivadas de la aparición del estribo, dieron como resultado la aparición de una clase de caballeros equipados con armadura, que podían vencer a cualquier grupo de bandidos o campesinos armados. Así, las comunidades aldeanas tendieron a rendir homenaje a estos guerreros montados a cambio de protección; o bien, los propios caballeros tendieron a conquistar sus tierras y exigirles rentas a cambio del mismo servicio. Como era necesario poseer cerca de 150 hectáreas de tierra para costearse el equipo de caballero, pronto la presión sobre las tierras desembocó en conflictos armados entre señores; este es el origen de la guerra feudal. Así se explican también las aventuras de juventud, que alejaban del hogar familiar a los segundones que no se había podido colocar en el sacerdocio, al tiempo que, a causa de la elevada mortalidad derivada de la guerra, tendían a reducir el número de hijos que optaban a la herencia paterna -y, de ese modo, garantizaban la transferencia íntegra del patrimonio al primogénito. Por otro lado, las aventuras de juventud permitían adquirir prestigio y reputación, vitales para maximizar las oportunidades de matrimonio, extender las redes de alianzas y los pactos de vasallaje durante la vida adulta.
Los imperativos de la defensa y la adquisición de tierras, así como la exposición constante a los peligros de la guerra, incentivaban los comportamientos agresivos y el énfasis en valores como el honor, que tendía a disuadir enemigos y atraer vasallos y aliados. La largueza, los regalos constantes y el despilfarro (plasmado habitualmente en copiosos banquetes), al señalizar la capacidad de un caballero para obtener botín, indicaban su audacia militar y aumentaban su capacidad de atraer los servicios de otros caballeros, vasallos y aliados. Por último, el énfasis en las virtudes cristianas, al mitigar el abuso de los señores sobre sus vasallos, daba cierta seguridad a los campesinos y garantizaba la producción agraria, vital para la supervivencia de los linajes nobiliarios. [2]
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[1]: Al hacerlo también explicamos por qué otros espacios geográficos y otras épocas han dado individuos de características muy parecidas.
[2]: Esto guarda muchas similitudes con el origen de las vacas sagradas en la India; en ambos casos, se trata de proteger mediante la ideología un activo valioso a largo plazo que está muy expuesto a los abusos puntuales a corto plazo.
lunes, 27 de junio de 2011
El caballero medieval (V): la aventura y el establecimiento
10. La aventura
La costumbre imponía al padrino del caballero proporcionar al recién armado el medio de acudir a los torneos durante dos años, con el fin de difundir la fama de la casa, cuyos colores llevaba pintados en su escudo y bordados en su cota de armas. De ese modo, los jóvenes caballeros erraban como los héroes de las novelas, de región en región, en busca de gloria, riqueza y lances amorosos.
Cabe apuntar, en primer lugar, que un señor solía armar varios caballeros en una misma ceremonia, de forma que éstos formaban una suerte de compañía, criados desde la infancia en el mismo castillo y unidos en torno al joven de más rango -a quien prestaban vasallaje a cambio de armas, dinero y liderazgo-. En segundo lugar, puesto que la juventud - tal y como aparece en las fuentes- se caracteriza por la impaciencia, la turbulencia y la inestabilidad, los padres y padrinos solían encomendar a sus hijos a un caballero de más experiencia -con frecuencia, un familiar cercano-, que se encargaba de aconsejarles, de contenerles, de finalizar su educación y de conducir su itinerario hacia los torneos más provechosos. En efecto, el vagabundeo era un complemento necesario de la formación del joven.
La alegría reinaba en estos grupos: el jefe gastaba sin límites, amaba el lujo, el juego, los caballos y los perros. Cortejaba a las damas sin pudor, contrataba prostitutas y, en general, brindaba a sus camaradas todos los placeres que estaban en su mano; las costumbres eran muy libres. Pero, sin duda, la principal diversión de estos grupos eran los torneos, donde se batían con el afán de obtener premios, riquezas y honores. Igualmente, estaban siempre dispuestos para la guerra: atizaban los focos de turbulencia en las regiones fronterizas y proveían de los mejores contingentes a las expediciones lejanas, como las Cruzadas. Estos jóvenes, a su vez, se distraían en los banquetes, los bailes y el cortejo de las damas y las doncellas; ellos eran los principales consumidores de la nueva literatura amorosa, donde un joven servidor brindaba su amor a una dama ya casada (Kleinschmidt, 2009). Como forma de promoción social, muchos esperaban encontrar una esposa entre las grandes familias aristocráticas, y no era infrecuente que muchas quedaran viudas a causa de los lances de la guerra. La juventud aristocrática de la Francia del siglo XII es, como dice un reputado historiador, "una jauría que las casas señoriales dejan en libertad para aliviar el exceso de poder expansivo, a la conquista de la gloria, de la riqueza y de las presas femeninas" (Duby, 1977). Su conducta se explica no sólo por una cuestión hormonal o militar, sino esencialmente por tres motivos complementarios. En primer lugar, el vagabundeo constituye una buena forma de reducir la tensión entre los primogénitos y sus padres, todavía relativamente jóvenes, al tiempo que mantiene ocupados a los hijos segundones que no se han podido colocar en el sacerdocio. El hecho de que la mayor parte de los jóvenes permaneciese en situación de peligro y celibato redujo notablemente los riesgos de desmembramiento de las herencias. En segundo lugar, la vida errante tenía como objetivo lograr un matrimonio ventajoso, tanto si éste era obtenido por los padres mediante su negociación con otras familias, como si era ganado por el joven mediante el cortejo de alguna docella o de una viuda. En este sentido, el tercer factor está muy vinculado con el segundo: adquirir prestigio y reputación era vital para maximizar las oportunidades de matrimonio, aunque también para garantizar las alianzas y los pactos de vasallaje durante la vida adulta (Duby, 1977).
9. La madurez
Una vez casado, el caballero medieval iniciaba la vida propiamente adulta: tomaba posesión de un castillo -cedido por su padre o por la familia de su esposa- y se convertía en jefe de familia. Adquiría derechos de bando sobre los campesinos a su servicio, cuidaba su red de alianzas y se preocupaba por el bien de su alma, construyendo capillas o realizando grandes donaciones a la Iglesia. Se esperaba que fuera pródigo con sus bienes, que repartía con generosidad entre sirvientes y vasallos, y hospitalario con los huéspedes, a quienes colmaba de honores. Todo gentilhombre tenía el deber moral de acoger a individuos de su mismo status. Por este motivo, estaba siempre endeudado con otros caballeros o con los burgueses de la ciudad (Duby, 1995).
10. Conclusiones
En cualquier caso, su comportamiento, esencialmente violento y oportunista, responde a una sociedad donde la presión sobre los recursos y la guerra son una constante; donde el prestigio, obtenido a través de la valentía y de la generosidad, se convierte en un activo vital para mantener y expandir las alianzas. Todos estos elementos, presentes en sociedades tan dispares como la Grecia homérica, la Galia céltica o la costa noroeste de América (Johnson y Earle, 2003), tomaron sus rasgos distintivos en esta época gracias al cristianismo.
C'est fini.
sábado, 25 de junio de 2011
El caballero medieval (IV): la ceremonia y los inicios de la juventud
Entre la nobleza medieval, la juventud como etapa de la vida separada de la niñez comenzaba el mismo día de recibir las armas; a partir de entonces, el joven era ya un caballero preparado para los torneos, la guerra y la aventura, que se prolongarían durante largos años hasta su definitivo establecimiento, cuando tomase esposa y residencia. Así, vemos a Guillermo el Mariscal casarse en 1189, cuando tenía cerca de cuarenta y cinco años, o a Arnauld de Ardres, que permaneció "joven" durante trece años, tomando esposa con algo más de treinta (Duby, 1977). En cualquier caso, la ceremonia de caballería marcaba el inicio de esta larga etapa de la vida.
7. La ceremonia de caballería
Después de un largo aprendizaje físico e intelectual, el paje debía ser armado caballero. Su señor corría con todos los gastos de la ceremonia: proporcionaba el caballo destrero, las espuelas, la espada, la capa y todas las viandas y divertimentos necesarios para celebrar la fiesta. A cambio, esperaba obtener la fidelidad vitalicia del joven (Duby, 1995). De ese modo, los grandes señores trataban de educar y armar a la mayor parte de caballeros posibles; con ello señalizaban su poder frente a posibles rivales al tiempo que renovaban los vínculos de vasallaje con la familia de los jóvenes.
Un poema francés del siglo XIII, el Ordene de Chevalerie, describe con todo detalle los pormenores de la ceremonia, que preferentemente tenía lugar el día de Pentecostés. El día antes, el caballero tomaba un baño para limpiar sus pecados, y conciliaba el sueño en un buen lecho, símbolo del bienestar de que gozaría en el paraíso si lograba ganárse con sus actos. Al día siguiente, en un gran salón del castillo y frente a los huéspedes de la corte, el señor entregaba al joven un cinturón blanco, unas espuelas de oro y, sobre todo, la espada, símbolo de justicia y lealtad. A continuación, le vestía con una túnica blanca, una capa púrpura y unas calzas marrones, para propinarle finalmente ung olpe en el cuello o los hombros; aquel gesto verificaba la madurez del joven y, quizá, transmitía algún poder mágico del señor a su escudero. Por último, el director de ceremonias recordaba al nuevo caballero cuatro máximas que siempre debía tener presentes: nunca consentir la traición ni el falso juramento; honrar a todas las damas y socorrerlas en caso de necesidad; asistir a misa todos los días si era posible; y ayunar los viernes en memoria de los sufrimientos de cristo (Cairns, 2003). Este último gesto mostraba la tendencia hacia la sacralización de los ritos de la caballería, en un principio estrictamente paganos; y, en efecto, en algunas regiones los sacerdotes reclamaban su derecho a dirigir las ceremonias.
En ocasiones, el nuevo caballero mostraba su habilidad ante el público derribando de una sola lanzada unos maniquíes llamados "estafermos". Tras esto, se celebraba un banquete que podía durar varios días, donde el nuevo caballero hacía muestras ostensibles de generosidad: regalaba todo tipo de bienes a sus invitados y entregaba abundantes monedas de plata a trovadores, menestrales, juglares y bufones para que cantaran sus hazañas por toda la comarca (Duby, 1995).
lunes, 20 de junio de 2011
La guerra marcha al ritmo de las estaciones
Buena descripción de Braudel para el caso mediterráneo, en el siglo XVI (1966, pp. 321, 322):
Es raro que una cosecha salga bien de todos los peligros que sucesivamente la amenazan. Los rendimientos son, pues, por término medio, muy pobres, y a la vista de la reducida superficie de los sembrados, el Mediterráneo está siempre al borde del hambre. Basta conque se produzcan unos cuantos cambios bruscos de temperatura o falte la lluvia, para poner en peligro la vida del hombre. Todo cambia entonces: hasta la política. Si se contaba con una cosecha abundante de cebada en los confines de Hungría, podía tenerse la seguridad de que el gran señor no se empeñaría en una guerra activa, pues no tendría con qué cebar los caballos de sus spahis. Si, al mismo tiempo, faltaba el trigo -lo que no era nada raro en los tres o cuatro graneros del mar-, cualesquiera que fuesen los planes belicosos concebidos durante el invierno o la primavera, la gran guerra de las escuadras se paralizaría por fuerza en la época de las cosechas, que era también la de las calmas marítimas y la de las operaciones navales. Pero, al mismo tiempo, se recrudecían el bandidaje en el campo y la piratería en el mar.La Historia de la Guerra del Peloponeso, de Tucídides, es un buen ejemplo de lo mismo, dos mil años antes: durante los casi treinta años de guerra, con pocas excepciones, las falanges de hoplitas o las escuadras de trirremes partían a inicios de verano y se retiraban en otoño. Entonces, la carencia de víveres, los vientos que agitaban el mar o las heladas aconsejaban evitar las expediciones lejanas. Y esto ha sido así hasta casi la Segunda Guerra Mundial.
domingo, 19 de junio de 2011
El caballero medieval (III): la familia y la primera educación
5. La familia
En general, la familia aristocrática reproducía la estructura de la familia campesina a un nivel superior, si bien los vínculos de linaje eran más fuertes. Dado que la mortalidad infantil era muy alta, las familias tendían a engendrar muchos hijos: sabemos que Arnoul de Ardres tuvo cuatro hermanas y cinco hermanos, y éste no era un caso infrecuente (Duby, 1995). Hasta los seis o siete años, hermanos y hermanas vivían -y vestían- de una forma similar, ocupados en juegos de diverso tipo, desde los aros y las muñecas hasta el micado. No obstante, lo más probable es que pasaran el tiempo al aire libre, quizá "chapoteando en un estanque al pie de la muralla", como nos cuenta el padre Lambert (Ibídem).
A partir de los seis o siete años, las niñas eran separadas de los niños; entonces pasarían la mayor parte del tiempo en el patio o en la cámara, junto a la dama del castillo. Ésta era la madre de familia: engendraba a los herederos del señor, cuidaba de los vástagos, guardaba los adornos, las ropas y las reservas de comida. Toda la población femenina estaba en su poder, y contaba con un grupo de criadas escogidas entre las jóvenes campesinas del distrito, a quienes trataba a golpe de vara. Con ayuda de éstas y de las mujeres de la familia, dedicaba la mayor parte de su tiempo al trabajo de la lana, el lino y el cáñamo; el gineceo del castillo era un pequeño taller de hilado y de tejido donde se confeccionaba la mayor parte de vestidos de uso doméstico. Allí era donde las jóvenes de la familia aprendían el arte de la confección, que más tarde ocuparía casi toda su vida conyugal.
Los varones dejaban la casa mucho antes que sus hermanas; con seis o siete años se apartaban de su madre y de las nodrizas para iniciar su propio camino, lejos del hogar familiar. Muchos de ellos eran enviados a abadías y catedrales, cuyas escuelas los preparaban para el oficio de monje o sacerdote. Otros, en especial el primogénito, eran enviados a vivir en casa de un pariente -con frecuencia, el tío materno- o de un señor para instruirse en el oficio de caballero (Ibídem).
6. La educación y las virtudes caballerescas
Los jóvenes que ingresaban en una escuela catedralicia o abacial recibían rudimentos de escritura y gramática latina, y aprendían a servirse de las Sagradas Escrituras y los libros litúrgicos. En cambio, la mayor parte de los caballeros de finales del siglo XII eran analfabetos; tales actividades no formaban parte de su educación. Por el contrario, se les enseñaba a hablar en público: la elocuencia y el don de la palabra eran muy apreciados entre los caballeros, que debían mostrar su agilidad e inteligencia en las asambleas, las cortes y los tribunales de justicia (Ibídem).
Los jóvenes podían ser encomendados al tío materno, que se encargaba de su instrucción, pero muy frecuentemente pasaban al servicio del señor de su padre; de ese modo, el pacto de vasallaje se renovaba de una generación a otra. El niño, por tanto, entraba en una casa mucho mayor que aquella en la que había nacido, pasando a formar parte de una familia mucho más numerosa y rica. Comería durante una docena de años en la mesa del patrón; al principio en un extremo, pero cada vez más cerca conforme avanzara en su instrucción. A veces incluso dormiría a los pies de su cama. Su madre, ya lejana, sería reemplazada por la dama del castillo, a quien se esforzaría en complacer.
Para avanzar en su camino hacia la caballería debía, ante todo, fortalecer su cuerpo mediante el ejercicio físico. Desde el momento de su llegada se le ponía en contacto con los caballos; se le enseñaba a darles de comer, a cuidarlos, a ajustar y reparar sus arreos y, desde luego, a montarlos. También se le enseñaba el uso de la espada y, sobre todo, de la lanza, con la que debía herir o desmontar a los jinetes rivales; era el arma del caballero por excelencia.
A través de las cacerías, como auxiliar del señor y de sus caballeros, el joven tomaba contacto con el bosque y las bestias salvajes, al tiempo que se acostumbraba a rigores similares a los que habría de soportar en la milicia. Para abatir a las fieras usaba inicialmente el arco, arma reservada a los plebeyos; más adelante se le dejaría emplear la espada y la lanza. En cualquier caso, la caza era una de las ocupaciones habituales de la nobleza, que la practicaba por su valor como ejercicio físico, por el sabor de la carne salvaje y como entretenimiento en los períodos de paz (Ibídem).
En la corte de su señor, el joven debía comportarse de forma decorosa, dar consejos juiciosos, hablar con soltura de asuntos serios y ser amable con los caballeros y damas del castillo. Por este motivo debía cultivar su intelecto y su corazón. El patrón ejercía de maestro, ayudado por la dama y los sacerdotes de la casa, que trataban de inculcarle el ideal del Miles Christi; el caballero que combate en defensa de la Iglesia y de los débiles. Para el capellán Esteban de Fougères, que escribe a finales del siglo XII, la caballería se distingue ante todo por su código moral, que consiste en tres valores fundamentales: la valentía, la lealtad y la sumisión a la Iglesia. Roberto de Blois, a mediados del siglo XIII, considera que los nobles deben ser corteses, practicar las virtudes cristianas y ser solidarios. A su vez, los caballeros valoran los actos de largueza y generosidad: se trata de una moral de clase que tiende a convertir la aristocracia en un cuerpo homogéneo, reconocible por sus códigos de conducta (Duby, 1977).
El señor, que coleccionaba valiosos libros, hace leer su relato ante los jóvenes de la casa, que escuchan atentos las historias acerca de los emperadores romanos, el rey Arturo, Roldán o los cruzados de Tierra Santa. A su vez, los escuderos, guiados por la dama de la casa, se afanan en aprender a cantar y bailar con gracia para ganar el favor de las doncellas. Con ocasión de los grandes banquetes, el señor de la casa acoge a varios juglares, que recitan poemas, bailan y tocan instrumentos; es entonces cuando deben mostrar sus virtudes ante los habitantes del castillo y sus invitados (Duby, 1995).
sábado, 18 de junio de 2011
El caballero medieval (II): el castillo, el señor y los vasallos
Tradicionalmente, el término miles -o, menos frecuentemente, cavallarius- designaba a una clase de guerreros montados al servicio de algún nobilis -o dominus-, en situación de dependencia personal y semilibertad. No obstante, y por diversas circunstancias, a inicios del siglo XII estas diferencias tendieron a desaparecer; los señores adoptaron los ritos y costumbres de la caballería, y ésta terminó convirtiéndose en el rasgo distintivo de ambos niveles de la aristocracia frente a los campesinos (Duby, 1977). Sólo ellos tenían el privilegio de llevar armas y combatir, y estaban normalmente exentos de tributos (Le Goff et al., 1990). Así, nuestro relato empieza en el castillo de alguno de estos aristócratas.
3. El castillo y el hogar
A finales del siglo XII, los castillos eran construcciones muy modestas de tierra y madera, compuestas de una serie de empalizadas, fosos y estacas exteriores que tenían como finalidad impedir el asalto de los jinetes. Comparadas con las fortificaciones de la Alta Edad Media, sus dimensiones eran reducidas y su altura considerable (Bartlett, 2003): en el centro del recinto, sobre un montículo artificial y una nueva línea de fosos, se ubicaba la torre del homenaje, una suerte de torre cuadrada, larga y estrecha. No era raro que los castillos se construyesen en tres o cuatro días, pues bastaba una cuadrilla de trescientos o cuatrocientos campesinos para completar el trabajo. Por este motivo, eran muy frágiles: en cuanto caían a manos del enemigo eran destruidos inmediatamente por el fuego (Duby, 1995). Así, los señores más poderosos trataban de construir sus fortificaciones con materiales más resistentes como la piedra, pero su uso era todavía muy escaso en el siglo XII.
Se ha calculado que por esta época había en Inglaterra hasta 500 castillos construidos, lo que supone una media de un castillo cada 16 kilómetros. El norte de Francia arroja datos similares; se trata de una auténtica militarización de la sociedad (Bartlett, 2003).
La mayoría de torres de homenaje eran construcciones de tres pisos: la planta baja consistía en una habitación oscura para almacenar provisiones y encerrar a los prisioneros; la planta superior servía de puesto de vigilancia; y, entre ambos, la planta intermedia consistía en un salón principal, con diversos usos (Duby, 1995). Sin embargo, éste no era el lugar de habitación habitual: estaba pensado como último refugio ante situaciones de peligro y, en el plano ideológico, servía para señalizar la apropiación señorial de las tierras circundantes. El hogar se encontraba anexo al castillo, pero en el patio, junto a las cuadras, graneros, talleres y chozas de los sirvientes. Era un edificio de madera, muy sencillo, formado por dos habitaciones separadas por un tabique o una cortina: a un lado de la misma se encontraba el salón, donde residía el señor, celebraba banquetes e impartía justicia; al otro lado, el dormitorio, que era íntimo. Muy cerca existía una pequeña estancia para las sirvientas y, más allá, una habitación donde dormían juntos los niños de la casa -hermanos y hermanas-, además de una estancia calentada por el fuego donde las nodrizas cuidaban de los recién nacidos. Por último, en las plantas superiores se encontraban los puestos de vigía y las habitaciones de las hermanas mayores, a quienes se encerraba por la noche. Un corredor llegaba hasta la capilla, donde el capellán de la familia celebraba misa los domingos (Duby, 1995).
Cerca del hogar se encontraba una construcción destinada a la preparación de comidas, con criadero de aves, saladeros para conservar los alimentos y fuegos para asar la carne y cocer los caldos (Ibídem).
4. El señor y los vasallos
Dentro del castillo vivían permanentemente varias decenas de personas, incluyendo la familia conyugal del señor, algunos parientes, caballeros leales y criados. El castellano tenía derecho de bando sobre una serie de aldeas circundantes; es decir, podía dirigir, juzgar y gravar a los "villanos" -y comerciantes- que habitaban en -o transitaban por- ellas, que además le debían rentas y prestaciones gratuitas a cambio de sus servicios de justicia y seguridad. Para ayudarle en esta tarea, el señor contaba con un pequeño grupo de caballeros que residían y comían en su hogar; generalmente se trataba de parientes cercanos -hermanos menores, primos, etc.-, camaradas de infancia o caballeros de los alrededores que le habían sido confiados por sus padres. Éstos formaban la mesnada feudal en caso de expediciones militares y tomaban asiento en su salón a la hora de impartir justicia.
Otros caballeros del distrito, que habían rendido homenaje al señor del castillo a cambio de un feudo con el que mantenerse, acudían periódicamente a las guardias de la fortaleza y se reunían en torno a la bandera del señor frente a los enemigos externos. Aunque se consideraban a sí mismos como iguales, eran en realidad vasallos del castellano. Su señor también estaba comprometido en relaciones de vasallaje con hombres más poderosos que él: así, Badouin de Ardres rendía homenaje al conde de Guines, que a su vez lo hacía del conde de Flandes y éste, finalmente, del rey de Francia. De ese modo, una densa red de homenajes permitía movilizar una cantidad importante de recursos militares en caso de emergencia. Sin embargo, como en ocasiones se rendía homenaje a distintos señores a la vez, los castellanos locales podían apoyar a unos contra otros intermitentemente para conservar su independencia (Ibídem).
viernes, 17 de junio de 2011
El caballero medieval (I): estructuras plenomedievales
Este fragmento forma parte de un trabajo que hice para clase sobre el caballero medieval este cuatrimestre. Confieso que, una vez terminado, las declaraciones de la introducción suenan un poco ambiciosas; por cuestiones de tiempo no he podido extenderme todo lo que quisiera en algunos puntos. Pero aun así creo que es una síntesis aceptable sobre el tema, que cumple con el propósito que me marqué: analizar el caballero medieval priorizando los aspectos materiales y etic (conductuales) sobre los aspectos espirituales y emic (mentales), desprendiéndome de la mística y la aureola romántica que rodea a estos hombres del pasado. Creo que el apartado sobre las 'estructuras' es uno de los más cuidados; precisamente porque la vida del caballero medieval responde, como cualquier acontecimiento de tiempo corto, a estructuras de largo alcance que conviene explicar.
1. Introducción
Para los románticos, la figura del caballero medieval encarna una época donde los valores espirituales pesaban más que la riqueza material; donde el honor, la generosidad y el arrojo eran atributos más valiosos que la razón. Otros vinculan el caballero medieval al ideal cristiano, pues se nos aparece siempre dispuesto a blandir su espada en defensa de los débiles y de la Iglesia. Sin duda, estas ideas tienen su fundamento real, pero transmiten una imagen sesgada de la historia. A través de su vida cotidiana, en este trabajo veremos que el comportamiento del caballero medieval, lejos de ser irracional, adquiere sentido como adaptación a un determinado contexto ecológico, demográfico y tecnológico. En la misma línea, veremos que detrás del significado religioso atribuido a cada aspecto de la vida caballeresca subyacen conductas anteriores al cristianismo, similares a las observadas en otras sociedades de jefatura.
Con esta intención, dividiremos el trabajo en dos partes. En primer lugar, y a modo de introducción, una parte dedicada a las estructuras, donde se exponen los aspectos económicos, políticos y culturales relevantes para entender el comportamiento de un caballero medieval. En segundo lugar, la vida cotidiana del caballero propiamente dicha, tal y como se manifiesta en el norte de Francia entre los siglos XII y XIII. La mayor parte de las referencias corresponden al área comprendida entre el Loira y el Mosa, pero son aplicables, con más cautela, a los caballeros de Alemania occidental, Inglaterra y los reinos cristianos de la Península ibérica.
2. Las estructuras
Por encima de todo, la agricultura es "la industria más importante". Ésta se basaba en el cultivo de cereales y leguminosas y, de forma incipiente, en el cultivo de plantas especializadas como la vid y el lino. En el área franco-flamenca del siglo XIII, el crecimiento -y la concentración- de población había incentivado la desecación de marismas y la construcción de diques, pero con más frecuencia los incrementos en la producción agrícola tomaban la forma de nuevas colonizaciones de tierra o mayores inversiones de trabajo en las ya existentes. Las técnicas, que permanecieron relativamente estables en este período, descansaban en el uso de arados de madera -escasamente de metal, pero con un añadido importante: la reja de vertedera- tirados por bueyes, que removían poco la tierra y agotaban pronto su fertilidad. Por este motivo, se practicaba la rotación bienal y, escasamente, trienal, dejando gran parte del suelo sin cultivar. Apenas se empleaban abonos de origen animal (Duby, 1977).
Las tasas de natalidad y nupcialidad eran altas, pero rebasaban a duras penas las también altas tasas de mortalidad, especialmente infantil. Dado que los métodos anticonceptivos eran pocos e ineficaces, el modo más común de controlar la población era el infanticidio, sobre todo femenino. Así, en Inglaterra, la tasa de masculinidad entre los jóvenes alcanzó una proporción de 130: 100 entre los años 1250 y 1358. "Como en la tradición judeocristiana (el infanticidio) se consideraba homicidio, los padres hacían todos los esfuerzos posibles para que la muerte de los hijos no deseados pareciera puramente accidental" (Harris, 1977). Probablemente, la preferencia por los varones deba atribuirse al empleo de arados, que requieren de notable fuerza física para remover convenientemente la tierra. Esto otorgaría considerable ventaja a las familias capaces de proveerse de individuos fuertes; y dado el dimorfismo sexual, la forma más rápida de hacerlo consistía en seleccionar a los varones sobre las féminas.
La estructura familiar habitual era la familia conyugal, formada por el padre, la madre y los hijos. En el interior del hogar las tareas se dividían en función del sexo: los hombres adultos se encargaban de la asgricultura, el pastoreo, la guerra y las actividades comerciales, mientras que las mujeres se encargaban del cuidado de los animales domésticos, de la elaboración de prendas para uso doméstico, la lavandería, la preparación de alimentos y la crianza de los hijos (Morgan, 2000). El marido ejercía de cabeza de familia, y la ascendencia era patrilineal.
Habitualmente, cada familia campesina cultivaba un mansus, parcela suficiente para su sostenimiento de unas 13 hectáreas de extensión por término medio (Bloch, 1931), que estaba gravada con faenas gratuitas y prestaciones a beneficio del señor (Pirenne, 1986). Dado que se se calcula que un caballero del siglo XII no podía estar correctamente equipado a menos que explotase 150 hectáreas de terreno (Fossier, 2000), cada señorío debía contar con, al menos, 11,54 familias campesinas. Por encima de la familia conyugal existía el grupo de vecinos -en ocasiones fuertemente emparentados- y el linaje. Ambos garantizaban la reciprocidad entre individuos, distribuyendo así los riesgos de invalidez, enfermedades del ganado y malas cosechas, al tiempo que proporcionaban una base para organizar la rotación de cultivos y las transacciones comunes (Pirenne, 1986; Genicot, 1970).
La nobleza hereditaria y los caballeros -dos grupos que por esta época ya tendían a confundirse- conservaron más estrechamente su estructura de linaje con el fin de mantener el control sobre la tierra, evitar los repartos de herencia desastrosos y cooperar militarmente frente a las amenazas -o las oportunidades- externas. No obstante, la forma de articulación típica era el contrato de vasallaje, que implicaba obligaciones mutuas de lealtad y protección entre señores y vasallos con fines esencialmente militares (Kleinschmidt, 2009). Junto con la difusión del estribo, el crecimiento demográfico, la presión sobre los recursos y el creciente valor económico de la tierra incentivaron la aparición de una casta guerrera dedicada a proteger a -y aprovecharse de- los productores directos, que adquirió privilegios militares, judiciales y fiscales. En ese sentido, los valores y la vida cotidiana del caballero franco entre los siglos XII y XIII no son más que una manifestación de esa estructura, aparentemente inmóvil para sus contemporáneos.
Por otro lado, el norte de Francia y Flandes son, por esta época, áreas nucleares: su densidad de población es relativamente alta y cuentan con ciudades industriosas. Algo más de un siglo antes, los caballeros de esta región había extendido el hábito de los torneos (Duby, 1995), y ahora florecían en ese mismo lugar la arquitectura gótica, el escolasticismo y la novela artúrica, "impregnando con su aroma distintivo la civilización del siglo XIII" (Bartlett, 2003). Tal es el contexto donde vive nuestro caballero.
miércoles, 15 de junio de 2011
Datos sobre el comercio marítimo: la Antigüedad romana frente a la Edad Moderna
Puesto que la mayor parte del comercio preindustrial se realizaba por mar, el tonelaje de los barcos es un buen indicador del tráfico comercial.
En el siglo II d. C., Luciano de Samosata nos habla de un barco de 1800 toneladas, llamado Isis, que transportaba grano desde Egipto hasta Roma; sin duda se trata de un contratista del Estado encargado de suministrar la anona a la plebe urbana, pero da buena cuenta del nivel de actividad de la época.
En contraste, los galeones españoles que hacían la Carrera de Indias durante el siglo XVI tenían un tonelaje que oscilaba entre 200 y 400 toneladas, si bien el límite máximo estaba fijado por ley, dado que los navíos de mayor tonelaje tenían dificultades para atravesar la barra de Sanlúcar, en el Guadalquivir, poco antes de llegar a Sevilla. En esta época, "un navío de 1000 toneladas era un extraño gigante", nos dice Braudel; probablemente también lo era la Isis de época romana. Pero sabemos que existían: navíos portugueses que ponían rumbo hacia África o la India, genoveses que hacían el camino de Brujas o venecianos que acudían al Levante Sirio-Palestino en busca de especias.
No obstante, la norma en el Mediterráneo hasta época reciente han sido los navíos pequeños, de 100, 50 o menos toneladas.
lunes, 6 de junio de 2011
Similitudes entre los bunyoro y el Egipto antiguo
Vía Marvin Harris llego a una descripción del Estado bunyoro, una civilización precolonial ubicada en la zona lacustre de la actual Uganda que presenta paralelismos interesantes con el Antiguo Egipto. Si la clave de éste último era la "trampa hidráulica" (el contraste ecológico entre el valle del Nilo y los desiertos circundantes), el área de los bunyoro cuenta con zonas lacustres y fluviales frente a grandes extensiones de sabana, aunque el contraste ecológico y la fertilidad de las tierras son menores.
Para el Egipto del Imperio Nuevo (siglos XVI-XI a. C.), Baer plantea una densidad media de población de 184 personas por kilómetro cuadrado -oscilando entre 75 y 500 personas según la zona-, mientras que Beattie calcula para la zona bunyoro en el siglo XIX una densidad de población de 12,5 personas por kilómetro cuadrado. A pesar de las diferencias, explicables en gran parte como consecuencia de la extraordinaria fertilidad del valle del Nilo, sus similitudes ecológicas condujeron a una organización política y económica similar (la negrita es mía):
Dirigidos por un gobernante hereditario llamado mukama, los bunyoro totalizaban aproximadamente 100.000 habitantes, ocupaban una zona de 5000 millas cuadradas de esa parte de la región lacustre central del este de África que hoy se conoce como Uganda y se ganaban la vida, principalmente, cultivando mijo y plátanos. Los bunyoro estaban organizados en una sociedad feudal y, sin embargo, auténticamente estatal. El mukama no era un simple jefe redistribuidor sino un rey. El privilegio de utilizar todas las tierras y los recursos naturales era una concesión otorgada por el mukama a alrededor de una docena de jefes, que después traspasaban la concesión a los plebeyos. A cambio de esta concesión, cantidades de alimentos, artesanía y servicios laborales se encaminaban a través de la jerarquía de poder hasta el cuartel general del mukama. A su vez, el mukama dirigía la utilización de esos bienes y servicios en nombre de las empresas estatales. (...).La clave del paralelo está en la existencia de una economía palatina basada en el almacenamiento centralizado y a gran escala, imprescindible para distribuir el riesgo de malas cosechas y sostener a una casta de funcionarios, militares y artesanos; en la delegación del gobierno provincial a los jefes locales, encargados de cobrar tributo (recuerdan a los nomarcas y sumos sacerdotes egipcios) y en la relativa sacralización del poder (el monarca se atribuye poderes sobre la naturaleza y se le rinde culto tras su muerte). El papel político del harén real también es una similitud interesante.
Mediante su control sobre los almacenes centrales de cereales mantenía una guardia palaciega permanente y colmaba de recompensas a los guerreros que mostraban su valentía en el combate y lealtad a su persona. El mukama también dedicaba una proporción considerable de su tesoro a lo que hoy llamaríamos "la creación de imagen" y las relaciones públicas. Se rodeaba de numerosos funcionarios, sacerdotes, hechiceros y servidores tales consagrados a la custodia de las lanzas, de las tumbas reales (...). También estaban presentes el amplio harén del mukama, sus numerosos hijos y las familias políginas de sus hermanos y otros personajes reales.
Y hasta aquí puedo leer. Me reservo para otro capítulo explicar el por qué de esta "economía palatina" en casi todos los Estados prístinos, desde el Próximo Oriente hasta Sudamérica.