viernes, 17 de junio de 2011
El caballero medieval (I): estructuras plenomedievales
Este fragmento forma parte de un trabajo que hice para clase sobre el caballero medieval este cuatrimestre. Confieso que, una vez terminado, las declaraciones de la introducción suenan un poco ambiciosas; por cuestiones de tiempo no he podido extenderme todo lo que quisiera en algunos puntos. Pero aun así creo que es una síntesis aceptable sobre el tema, que cumple con el propósito que me marqué: analizar el caballero medieval priorizando los aspectos materiales y etic (conductuales) sobre los aspectos espirituales y emic (mentales), desprendiéndome de la mística y la aureola romántica que rodea a estos hombres del pasado. Creo que el apartado sobre las 'estructuras' es uno de los más cuidados; precisamente porque la vida del caballero medieval responde, como cualquier acontecimiento de tiempo corto, a estructuras de largo alcance que conviene explicar.
1. Introducción
Para los románticos, la figura del caballero medieval encarna una época donde los valores espirituales pesaban más que la riqueza material; donde el honor, la generosidad y el arrojo eran atributos más valiosos que la razón. Otros vinculan el caballero medieval al ideal cristiano, pues se nos aparece siempre dispuesto a blandir su espada en defensa de los débiles y de la Iglesia. Sin duda, estas ideas tienen su fundamento real, pero transmiten una imagen sesgada de la historia. A través de su vida cotidiana, en este trabajo veremos que el comportamiento del caballero medieval, lejos de ser irracional, adquiere sentido como adaptación a un determinado contexto ecológico, demográfico y tecnológico. En la misma línea, veremos que detrás del significado religioso atribuido a cada aspecto de la vida caballeresca subyacen conductas anteriores al cristianismo, similares a las observadas en otras sociedades de jefatura.
Con esta intención, dividiremos el trabajo en dos partes. En primer lugar, y a modo de introducción, una parte dedicada a las estructuras, donde se exponen los aspectos económicos, políticos y culturales relevantes para entender el comportamiento de un caballero medieval. En segundo lugar, la vida cotidiana del caballero propiamente dicha, tal y como se manifiesta en el norte de Francia entre los siglos XII y XIII. La mayor parte de las referencias corresponden al área comprendida entre el Loira y el Mosa, pero son aplicables, con más cautela, a los caballeros de Alemania occidental, Inglaterra y los reinos cristianos de la Península ibérica.
2. Las estructuras
Por encima de todo, la agricultura es "la industria más importante". Ésta se basaba en el cultivo de cereales y leguminosas y, de forma incipiente, en el cultivo de plantas especializadas como la vid y el lino. En el área franco-flamenca del siglo XIII, el crecimiento -y la concentración- de población había incentivado la desecación de marismas y la construcción de diques, pero con más frecuencia los incrementos en la producción agrícola tomaban la forma de nuevas colonizaciones de tierra o mayores inversiones de trabajo en las ya existentes. Las técnicas, que permanecieron relativamente estables en este período, descansaban en el uso de arados de madera -escasamente de metal, pero con un añadido importante: la reja de vertedera- tirados por bueyes, que removían poco la tierra y agotaban pronto su fertilidad. Por este motivo, se practicaba la rotación bienal y, escasamente, trienal, dejando gran parte del suelo sin cultivar. Apenas se empleaban abonos de origen animal (Duby, 1977).
Las tasas de natalidad y nupcialidad eran altas, pero rebasaban a duras penas las también altas tasas de mortalidad, especialmente infantil. Dado que los métodos anticonceptivos eran pocos e ineficaces, el modo más común de controlar la población era el infanticidio, sobre todo femenino. Así, en Inglaterra, la tasa de masculinidad entre los jóvenes alcanzó una proporción de 130: 100 entre los años 1250 y 1358. "Como en la tradición judeocristiana (el infanticidio) se consideraba homicidio, los padres hacían todos los esfuerzos posibles para que la muerte de los hijos no deseados pareciera puramente accidental" (Harris, 1977). Probablemente, la preferencia por los varones deba atribuirse al empleo de arados, que requieren de notable fuerza física para remover convenientemente la tierra. Esto otorgaría considerable ventaja a las familias capaces de proveerse de individuos fuertes; y dado el dimorfismo sexual, la forma más rápida de hacerlo consistía en seleccionar a los varones sobre las féminas.
La estructura familiar habitual era la familia conyugal, formada por el padre, la madre y los hijos. En el interior del hogar las tareas se dividían en función del sexo: los hombres adultos se encargaban de la asgricultura, el pastoreo, la guerra y las actividades comerciales, mientras que las mujeres se encargaban del cuidado de los animales domésticos, de la elaboración de prendas para uso doméstico, la lavandería, la preparación de alimentos y la crianza de los hijos (Morgan, 2000). El marido ejercía de cabeza de familia, y la ascendencia era patrilineal.
Habitualmente, cada familia campesina cultivaba un mansus, parcela suficiente para su sostenimiento de unas 13 hectáreas de extensión por término medio (Bloch, 1931), que estaba gravada con faenas gratuitas y prestaciones a beneficio del señor (Pirenne, 1986). Dado que se se calcula que un caballero del siglo XII no podía estar correctamente equipado a menos que explotase 150 hectáreas de terreno (Fossier, 2000), cada señorío debía contar con, al menos, 11,54 familias campesinas. Por encima de la familia conyugal existía el grupo de vecinos -en ocasiones fuertemente emparentados- y el linaje. Ambos garantizaban la reciprocidad entre individuos, distribuyendo así los riesgos de invalidez, enfermedades del ganado y malas cosechas, al tiempo que proporcionaban una base para organizar la rotación de cultivos y las transacciones comunes (Pirenne, 1986; Genicot, 1970).
La nobleza hereditaria y los caballeros -dos grupos que por esta época ya tendían a confundirse- conservaron más estrechamente su estructura de linaje con el fin de mantener el control sobre la tierra, evitar los repartos de herencia desastrosos y cooperar militarmente frente a las amenazas -o las oportunidades- externas. No obstante, la forma de articulación típica era el contrato de vasallaje, que implicaba obligaciones mutuas de lealtad y protección entre señores y vasallos con fines esencialmente militares (Kleinschmidt, 2009). Junto con la difusión del estribo, el crecimiento demográfico, la presión sobre los recursos y el creciente valor económico de la tierra incentivaron la aparición de una casta guerrera dedicada a proteger a -y aprovecharse de- los productores directos, que adquirió privilegios militares, judiciales y fiscales. En ese sentido, los valores y la vida cotidiana del caballero franco entre los siglos XII y XIII no son más que una manifestación de esa estructura, aparentemente inmóvil para sus contemporáneos.
Por otro lado, el norte de Francia y Flandes son, por esta época, áreas nucleares: su densidad de población es relativamente alta y cuentan con ciudades industriosas. Algo más de un siglo antes, los caballeros de esta región había extendido el hábito de los torneos (Duby, 1995), y ahora florecían en ese mismo lugar la arquitectura gótica, el escolasticismo y la novela artúrica, "impregnando con su aroma distintivo la civilización del siglo XIII" (Bartlett, 2003). Tal es el contexto donde vive nuestro caballero.
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