sábado, 25 de junio de 2011
El caballero medieval (IV): la ceremonia y los inicios de la juventud
Entre la nobleza medieval, la juventud como etapa de la vida separada de la niñez comenzaba el mismo día de recibir las armas; a partir de entonces, el joven era ya un caballero preparado para los torneos, la guerra y la aventura, que se prolongarían durante largos años hasta su definitivo establecimiento, cuando tomase esposa y residencia. Así, vemos a Guillermo el Mariscal casarse en 1189, cuando tenía cerca de cuarenta y cinco años, o a Arnauld de Ardres, que permaneció "joven" durante trece años, tomando esposa con algo más de treinta (Duby, 1977). En cualquier caso, la ceremonia de caballería marcaba el inicio de esta larga etapa de la vida.
7. La ceremonia de caballería
Después de un largo aprendizaje físico e intelectual, el paje debía ser armado caballero. Su señor corría con todos los gastos de la ceremonia: proporcionaba el caballo destrero, las espuelas, la espada, la capa y todas las viandas y divertimentos necesarios para celebrar la fiesta. A cambio, esperaba obtener la fidelidad vitalicia del joven (Duby, 1995). De ese modo, los grandes señores trataban de educar y armar a la mayor parte de caballeros posibles; con ello señalizaban su poder frente a posibles rivales al tiempo que renovaban los vínculos de vasallaje con la familia de los jóvenes.
Un poema francés del siglo XIII, el Ordene de Chevalerie, describe con todo detalle los pormenores de la ceremonia, que preferentemente tenía lugar el día de Pentecostés. El día antes, el caballero tomaba un baño para limpiar sus pecados, y conciliaba el sueño en un buen lecho, símbolo del bienestar de que gozaría en el paraíso si lograba ganárse con sus actos. Al día siguiente, en un gran salón del castillo y frente a los huéspedes de la corte, el señor entregaba al joven un cinturón blanco, unas espuelas de oro y, sobre todo, la espada, símbolo de justicia y lealtad. A continuación, le vestía con una túnica blanca, una capa púrpura y unas calzas marrones, para propinarle finalmente ung olpe en el cuello o los hombros; aquel gesto verificaba la madurez del joven y, quizá, transmitía algún poder mágico del señor a su escudero. Por último, el director de ceremonias recordaba al nuevo caballero cuatro máximas que siempre debía tener presentes: nunca consentir la traición ni el falso juramento; honrar a todas las damas y socorrerlas en caso de necesidad; asistir a misa todos los días si era posible; y ayunar los viernes en memoria de los sufrimientos de cristo (Cairns, 2003). Este último gesto mostraba la tendencia hacia la sacralización de los ritos de la caballería, en un principio estrictamente paganos; y, en efecto, en algunas regiones los sacerdotes reclamaban su derecho a dirigir las ceremonias.
En ocasiones, el nuevo caballero mostraba su habilidad ante el público derribando de una sola lanzada unos maniquíes llamados "estafermos". Tras esto, se celebraba un banquete que podía durar varios días, donde el nuevo caballero hacía muestras ostensibles de generosidad: regalaba todo tipo de bienes a sus invitados y entregaba abundantes monedas de plata a trovadores, menestrales, juglares y bufones para que cantaran sus hazañas por toda la comarca (Duby, 1995).
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