domingo, 31 de octubre de 2010

Los procesos de integración y dispersión política

Durante siglos, los historiadores han explicado la evolución de las sociedades humanas partiendo de supuestos sobre la acción humana y el comportamiento de las organizaciones que rara vez diseccionan. Parten de una intuición compartida con el lector, y que por tanto no cabe explicar. En el peor de los casos, ni siquiera creen que puedan extraerse verdades universales, y atacan cualquier intento en esta dirección como "ahistórico".

Sin embargo, las causas de muchos procesos históricos, como que las sociedades pasen de unos estadios de complejidad a otros; que los Estados aumenten de tamaño o disminuyan; o que su estructura cambie, no son evidentes. Todo eso debe ser explicado. Como estudiante, una de mis frustraciones es que la gran mayoría de historiadores explica estos procesos sin preguntarse cuál es la causa última que, por encima de los acontecimientos superficiales (Braudel diría, por encima del "tiempo corto"), los explica y les da sentido. Casi siempre se dan explicaciones ad hoc, con una estrechez de miras propia del investigador hiperespecializado que ha perdido toda capacidad de "buscar lo general en lo particular", en palabras de Edward H. Carr.

En una sociedad de cazadores-recolectores, donde la familia nuclear es la unidad de acción, la densidad de población es baja y los recursos naturales son abundantes en relación con esta densidad (al menos durante algunas estaciones), ¿cómo se explica que las familias apenas cooperen entre sí? Quizá deba aludirse a que la ocupación dispersa del territorio es el modo más rentable de explotar unos recursos igualmente dispersos, lo que a su vez explicaría los procesos de agrupación estacionales, cuando la caza (en climas fríos) o el agua (en climas cálidos) escasean y se concentran en puntos específicos. Lo que está claro es que la unidad familiar baraja el coste relativo de sus alternativas: cooperar con otras unidades familiares o aumentar su actividad para evitar esta cooperación. Cuando el coste de aumentar su actividad interna supera el coste de cooperar con otras unidades, es probable que acabe integrando unidades sociales mayores (que en ocasiones, aunque no necesariamente, darán lugar a Estados). Si a lo largo de un territorio la rentabilidad de la explotación es muy desigual (en unas zonas la caza es más abundante que en otras, etc.), y por lo tanto el riesgo de que la familia no pueda almacenar suficientes provisiones para pasar el invierno es muy alto, existen incentivos muy poderosos para promover la cooperación interfamiliar, compartir los excedentes y atenuar el riesgo de escasez.

Y, una vez aparece el Estado, su clase dirigente se plantea los mismos problemas que la unidad familiar. Para mantenerse en el poder debe garantizar la supervivencia (y la conformidad) de la sociedad dominada, y por lo tanto debe cuidar dos aspectos: la prosperidad económica y la seguridad militar. En la mayor parte de los casos, el Estado aparece por motivos militares, cuando el coste de la cooperación voluntaria entre unidades familiares o tribales supera el coste de coordinar los recursos (tierra, trabajo y capital) de forma coactiva a través de un organismo central. En esta situación, las unidades familiares y tribales tendrán incentivos en constituir Estados para acabar con el problema de los free-riders y repeler a otras unidades agresivas.

Pero una vez asentado el Estado, se plantea la cuestión del tamaño (y de la estructura, aunque esto es más complejo). ¿Qué extensión de territorio debe estar bajo su dominio? ¿cuántos habitantes deben ser sus súbditos? Desde los imperios romano, omeya o español hasta las ciudades-estado griegas o mesopotámicas hay un abanico inmenso. Naturalmente, los Estados tratarán de aglutinar súbditos y territorios hasta que el coste de gobernarlos iguale el coste de cooperar con otros Estados (que a su vez poseen súbditos y territorios bajo su poder) para conseguir la prosperidad económica y militar. Así, cuando Roma alcanzó la frontera del Rin y el Danubio tendió a pactar con algunos bárbaros para satisfacer las funciones que antes cumplía su propio ejército, pues percibió que la jerarquía se tornaba demasiado torpe por encima de cierto punto (problemas de incentivos, oportunismo e información). De forma similar, Persia prefirió cobrar tributo a las ciudades fenicias antes que anexionarlas políticamente, consciente de que era menos rentable administrar directamente desde Persépolis que dejar hacer a las instituciones políticas de aquellas urbes comerciales. Por otro lado, cuando para las ciudades mesopotámicas fue demasiado costoso cooperar entre sí para coordinar las infraestructuras hidráulicas a lo largo de los ríos Tigris y Éufrates (problemas de oportunismo y free-rider), aparecieron fuertes incentivos para formar imperios territoriales que gestionasen de forma centralizada toda la red de canalizaciones.

Bajo todos estos casos concretos, de "tiempo corto", subyace la misma ley: un Estado tiende a expandirse hasta que el coste de administración interno (es decir, de gobernar sobre sus propios súbditos y territorios) iguala el coste de transacción de pactar con unidades políticas externas (es decir, de cooperar con Estados ajenos, cuyo territorio y cuyos súbditos están fuera del dominio propio).

El aspecto más interesante de todo esto es, precismente, en qué consisten tales costes. Desgraciadamente, algunos de ellos son inmateriales, ideológicos, difíciles de cuantíficar (y en otros casos carecemos de los datos cuantificables); de lo contrario, con una simple operación matemática sería fácil saber hasta dónde se expandirá un determinado Estado en un determinado contexto. Pero eso rebasa los límites de este post.

No hay comentarios:

Publicar un comentario