domingo, 26 de septiembre de 2010

Reflexiones sobre el papel de la ideología en la Historia


En cierto modo, la importancia de la ideología radica en que limita las acciones de los individuos, incentivándolos a actuar en función de los valores de sus contemporáneos para obtener algún tipo de recomensa (reconocimiento social, poder político, religioso o económico, etc.).

Creo que tiene cierta relación con el concepto de "path dependence", en el sentido de que una ideología nacida en condiciones remotas, si perdura, puede impedir que las instituciones de una determinada sociedad se modifiquen adecuadamente en función de las condiciones cambiantes del entorno. Tanto la ideología como el contexto (político, medioambiental, etc.) proporcionan los incentivos para el cambio social; de forma que si la ideología es lo suficientemente fuerte y conservadora como para superar los incentivos contextuales, las instituciones de esa sociedad tenderán a ser absorbidas por otras sociedades de ideología e instituciones mejor adaptadas.

Un buen ejemplo sería Esparta: sus instituciones habían sido creadas entre los siglos IX y VII a. C. para responder a la superioridad numérica de los pueblos sometidos (hilotas mesenios y laconios), pero fueron incapaces de reformarse conforme se evidenciaba la incapacidad demográfica de los espartanos para enfrentarse a sus enemigos externos. Así, el número de soldados fue decreciendo progresivamente hasta que, en época de la conquista romana, a penas quedaban unos cientos. Otros pueblos de ideología menos rígida hubieran sabido integrar políticamente a los pueblos conquistados, evitando la agitación interna y garantizándose un suministro regular de tributos y soldados (como hizo, p. ej., la propia Roma).

Vinculado con todo lo anterior, podría decirse que la ideología reduce o aumenta los costes del cambio social; e, igualmente, reduce o aumenta los costes de un sistema de gobierno determinado. Así, la ideología política de la Grecia clásica incrementaba los costes de cualquier forma de gobierno superior a la polis, de forma que (al menos durante gran parte de los siglos VI, V y IV a. C.), los aspirantes a formar un imperio solían enfrentarse con una coalición formada rápidamente para derribar al "tirano". Eso fue lo que le sucedió a Atenas frente a Esparta, en la Guerra del Peloponeso; a Esparta frente a Tebas, en la época inmediatamente posterior; y a los reinos macedonios y helenísticos frente a las distintas ligas que surgieron en los siglos IV, III y II a. C.

En el lado contrario, la ideología mesopotámica (milenios III-II a. C.) atenuaba los costes de la integración política. Apesar de que a comienzos del III milenio la ribera de los ríos Tigris y Éufrates estaba poblada por pequeñas ciudades-estado, los sumerios creían que la monarquía había sido entregada por los dioses al rey de Kish, de forma que, en cierto sentido, solo el monarca que gobernara sobre esta ciudad era legítimo propietario del país de Sumer (Baja Mesopotamia). La mitología pasaba por alto la realidad política fragmentada de aquella época, de modo que, cuando posteriormente los monarcas de las ciudades más poderosas trataron de extender su dominio sobre otras áreas, la ideología imperial ya contaba con muchas décadas (incluso siglos) de tradición, y había sido interiorizada por gran parte de la sociedad. El título honorífico de "rey de Kish" se convirtió en una forma de vincular la monarquía con los dioses que la habían hecho descender del cielo. [1]

Si todo esto es correcto, sería justo decir que la ideología juega un papel bastante más activo de lo que han creído los marxistas durante todo este tiempo. No se trata de un elemento pasivo de la "superestructura" que se limita a justificar la "infraestructura" económica: juega un papel relevante a la hora de modificar muchos aspectos de las instituciones de una sociedad.

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[1]: Esto no significa que los factores ideológicos fueran unívocos: la disparidad de dioses entre las distintas ciudades-estado también creó la impresión de que a cada dios debía corresponder un régimen político independiente. Existía una correspondencia entre el orden divino y el orden humano. De hecho, los conflictos entre ciudades-estado solían presentarse como guerras entre los dioses protectores de las mismas (de forma similar a lo que sucedía en Grecia, y que plasma muy bien Homero en la Ilíada).

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