"Se parte del hombre que realmente actúa y, arrancando de su proceso de vida real, se expone también el desarrollo de los reflejos ideológicos y de los ecos de este proceso de vida." - Karl Marx.
El individualismo metodológco ha sido objeto de numerosas malinterpretaciones, posiblemente debido a que sus críticos atribuyen significados diferentes al término "individualismo". En ocasiones se le considera como el estudio restringido de los comportamientos individuales, anecdóticos, en detrimento de las estructuras sociales; y en otras se le confunde con el estudio biográfico de los grandes personajes, en contraste con la masa anónima de hombres y mujeres que componen la Historia.
Pero la pretensión del individualismo metodológico es mucho más amplia: trata de descomponer los fenómenos sociales en sus elementos más simples, con el objetivo de trazar, a partir de ellos, las relaciones causales que dan lugar a fenómenos de mayor alcance (Menger, 1883). Considera que solo a partir del estudio de los individuos y de sus acciones concretas se puede reconstruir el origen y la evolución de las instituciones humanas.
Los entes colectivos no existen en la realidad empírica y, por lo tanto, no pueden estudiarse directamente de ningún modo -y desde esta perspectiva, el holismo o colectivismo metodológico no es una opción. Su formación y existencia solo pueden entenderse a partir de acciones individuales y, sobre todo, al significado que los individuos atribuyen a sus propias acciones. Sirviéndonos de una analogía, podríamos decir que un verdugo no es El Estado, del mismo modo que una masa de trabajadores no es El proletariado; sino que es el significado que a la ejecución y a la huelga atribuyen sus autores y los por ella afectados lo que determina la condición de la misma (Mises, 1949).
Una crítica persistente al individualismo metodológico sostiene que la sociedad antecede lógica y cronológicamente al individuo y que, por lo tanto, todos los atributos de este (personalidad, valores, ideología) solo pueden entenderse dentro de su contexto social.
A esta cuestión existen tres objeciones interesantes:
1. En primer lugar, la controversia sobre la prioridad lógica de la sociedad sobre el individuo carece de sentido: la noción de todo y la noción de parte son correlativas; y ambas, como conceptos lógicos, quedan fuera del espacio y el tiempo (Ibídem).
2. Desde una perspectiva biológica, son los genes ("almacenados" a nivel individual) quienes existen en primer lugar, y solo más tarde se asocian para formar organismos más complejos con el objetivo de sobrevivir y favorecer su reproducción. En estos términos, la sociedad puede explicarse como resultado de la selección natural de aquellos individuos cuyos genes eran más propensos a la cooperación (véase Kropotkin, El apoyo mutuo).
3. Por último, la Historia y la antropología respaldan el argumento biológico. Las sociedades cazadoras-recolectoras estaban formadas, en un primer momento, por unidades familiares que se desplazaban a lo largo del territorio para explotar recursos dispersos (vegetales, pequeños herbívoros), y que solo estacionalmente se reunían en unidades más grandes para aprovechar las "economías de escala" (p. ej. en el almacenamiento, la caza de grandes herbívoros, etc.). Estas unidades familiares/individuales de cazadores-recolectores solo se integraron en organizaciones más grandes cuando percibieron que podían obtener ventajas de ello: por ejemplo, cuando la intensificación económica y la aparición de la agricultura hicieron rentable la defensa permanente del territorio (en relación a épocas anteriores, cuando era más rentable la huida hacia otros espacios de caza o recolección), o cuando la necesidad de infraestructuras como canales o acequias requería de la cooperación con otras familias o individuos. En todos estos casos, la ventaja derivada de la cooperación incentivó la cooperación, pero esta tuvo su origen en un cúmulo de decisiones individuales que trataban de satisfacer intereses individuales.
La perspectiva holista o colectivista, por su parte, cae en un juego estéril al analizar los fenómenos sociales de "arriba a abajo", desde la colectividad hasta el individuo, explicando las acciones de este último como determinadas por el contexto histórico o las circunstancias sociales.
El todo (la sociedad) actúa por medio de sus partes (los individuos), por lo que es tautológico explicar el comportamiento de estas últimas a partir de sus propias acciones. Por el contrario, una teoría científica de la sociedad debería enfatizar el modo en que unas partes influyen intencionadamente sobre otras (por medio, por ejemplo, de la legislación positiva, el acuerdo, el conflicto, etc.), y en cómo la acción de algunas partes, persiguiendo sus propios fines, genera consecuencias no intencionadas en las demás (y, por lo tanto, en el todo). Son estos fenómenos los que Carl Menger definió como "resultados no intencionados de actividades dirigidas a alcanzar fines esencialmente individuales" (Menger, 1883) y que Hayek resumió en el concepto de "orden espontáneo" (Hayek, 1973).
Fenómenos espontáneos y fenómenos planificados
El modo más fácil de explicar cualquier fenómeno social consiste en remontar sus causas a un acuerdo entre los individuos implicados. Así, en los siglos XVII y XVIII, Locke y Rousseau trataron de explicar el origen del Estado a partir de un contrato social que ataba a todos los individuos entre sí; e incluso en la actualidad persiste la creencia de que muchos fenómenos sociales como la escritura, el derecho, la moral o el dinero son producto de una "convención social" similar.
Sin embargo, existen fenómenos que no son producto de un acuerdo o un plan consciente de los individuos implicados, sino que son "resultado no intencionado del desarrollo histórico" (y de hecho, los citados fenómenos de la escritura, el derecho o el dinero pertenecen a esta categoría). En este caso, la acción de los individuos, que colaboran entre sí para perseguir sus propios fines, repercute de forma no intencionada en el conjunto de la sociedad, creando "cosas más grandiosas de lo que sus mentes en forma individual pueden llegar a abarcar por completo (Hayek, 1946).
De modo que, en el campo de las ciencias sociales, encontramos dos tipos de fenómenos:
Por un lado, los que son producto de un plan consciente de los individuos dirigido a obtener un fin concreto (a través del acuerdo, la convención, el conflicto o la legislación), que por este motivo llamaremos fenómenos planificados; y, por otro, los que son producto de la acción de los individuos que, en busca de sus propios fines, generan consecuencias no previstas en el conjunto de la sociedad, que por este motivo llamaremos fenómenos espontáneos.
Ejemplos de fenómenos planificados son la formación de una empresa (p. ej. la Compañía holandesa de las Indias Orientales); el culto imperial romano; la administración económica de las ciudades-templo mesopotámicas o los decretos de un monarca absoluto. Por el contrario, fenómenos espontáneos son la interacción de comerciantes, campesinos y artesanos en el mercado; la aparición del dinero; las religiones griega, celta o germánica (que, a pesar de contar con sacerdotes "planificadores", se remontaban a explicaciones parciales de la gente común, que trataba de comprender el mundo con los medios de que disponía); o el derecho consuetudinario (desde las sencillas normas orales de los cazadores-recolectores, hasta el código de Hammurabi, la ley de las XII tablas [1] o el derecho mercantil medieval).
Esto no excluye, naturalmente, la existencia de multitud de fenómenos intermedios: por ejemplo, la religión cristiana es un híbrido entre la planificación de Jesús de Nazaret, que tomó de forma consciente elementos judíos (esenios, fariseos, etc.) y de otras religiones orientales para formar su propia doctrina; con la acción espontánea de multitud de pensadores (Pablo de Tarso, Agustín de Hipona, etc.) que, para favorecer la extensión del cristianismo o saciar sus inquietudes intelectuales, incorporaron elementos de la cultura grecolatina o derivaron conclusiones nuevas del mensaje cristiano. Igualmente, la aparición de la escritura se explica tanto por la acción espontánea de los funcionarios mesopotámicos y egipcios, deseosos de racionalizar la administración de la economía palacial y del comercio interestatal; como por la planificación central de sus propios Estados a la hora de estandarizar y enseñar un único modo de escritura. Incluso la economía de mercado es, generalmente, resultado tanto de la acción espontánea de productores y consumidores como de la intervención estatal, que modifica el curso natural de esa actuación espontánea (p. ej. modificando el tamaño de la empresa, los tipos de interés, los salarios, etc.). El científico social debe discernir muy bien entre las dos clases de fenómenos, tanto para abordarlos de manera distinta como para estudiar su influencia recíproca.
Como apunta Carl Menger en El método de las ciencias sociales, para abordar los fenómenos planificados debemos indagar
el fin que guía en el caso concreto a las asociaciones o a sus dirigentes en la creación y en el desarrollo de estos mismos fenómenos sociales, los obstáculos con que han tropezado en su creación o desarrollo, y el modo en que los medios disponibles se han empleado a tal efecto. Cumpliremos esta tarea de manera tanto más completa cuanto, por una parte, mejor indagemos los objetivos últimos de los sujetos activos y los medios originarios con que contaban, y, por otra, cuanto mejor comprendamos los fenómenos sociales que tienen un origen pragmático como anillos de una cadena de normas para la realización de este objetivo (Menger, 1883).
En breve, la clave está en los fines de los individuos; los medios que emplean para alcanzarlos y la relación causal (si la hay) entre ambos, tal y como ya apuntamos en Los juicios históricos: medios y fines.
Para abordar los fenómenos espontáneos, en cambio, debemos estudiar el modo en que los individuos, cooperando entre sí para alcanzar sus fines estrechos, dan lugar a fenómenos más complejos que no estaban entre sus primeras intenciones, y que probablemente ni siquiera habían imaginado (p. ej. es el caso del lenguaje, la escritura o el dinero). En este caso, la clave está en el modo en que la acción de unos individuos influye sobre otros, y en el modo en que esas acciones van ampliando su radio de influencia hasta repercutir en toda la sociedad.
Apéndice: el origen espontáneo del dinero
Sin extenderme demasiado, quería concluir el artículo explicando el origen espontáneo del dinero como paradigma de todo lo dicho -aunque posiblemente añada otros ejemplos, como el origen de la escritura o el feudalismo.
Para que un individuo consiga realizar un intercambio en el contexto de una economía de trueque, debe encontrar otra parte que desee las mercancías que él posee y, a la vez, que posea las mercancías de que él carece. Si un orfebre de la Edad de Bronce lleva un torques al mercado, no solo necesita alguien que requiera ese elemento de adorno, sino que también debe poseer aquello de que el artesano carece (p. ej., grano). Naturalmente, este sistema restringía los intercambios a límites muy estrechos.
Así, los individuos aprendieron pronto que podían aumentar sus posibilidades de intercambio si, en lugar de trocar sus mercancías por aquellas que necesitaban directamente -lo cual era realmente difícil-, lo hacían por otras que eran más vendibles; es decir, que estaban más solicitadas por el común de la sociedad, y que además eran fácilmente transportables, divisibles y duraderas. A través de estas mercancías podrían obtener más fácilmente los bienes que necesitaban.
Según condiciones de tiempo y lugar, la mercancía elegida como dinero por el mercado ha ido variando; así, en la Edad de Bronce europea se empleaban hachas de combate y reses; en los pueblos nómadas de la estepa se aceptaban caballos; y en el Mediterráneo oriental se empleaban objetos de cobre (incluso en forma de lingotes) como medio de pago generalmente aceptado.
En nuestro ejemplo, el artesano podría trocar su torques, escasamente solicitado, por hachas de combate o reses, que son más solicitadas por sus compatriotas y a cambio de los cuales tiene más posibilidades de obtener la mercancía que desea: grano.
En definitiva, el interés individual de los actores económicos, que trataban de colocar sus mercancías de la forma más rápida y cómoda, dio como resultado la aparición de un medio de intercambio que promovió el bienestar social de un modo más cumplido que si hubiera sido diseñado deliberadamente. La comprensión correcta de este fenómeno, probablemente, ayude a la comprensión de otras muchas instituciones sociales.
(La teoría explicativa sobre el origen del dinero ha sido extraído de Carl Menger, Principios de economía política y El método de las ciencias sociales. Los ejemplos históricos son de mi única responsabilidad).
------------------------
[1]: El código de Hammurabi y la ley de las XII tablas, a pesar de ser redactadas respectivamente por un gobernante de Babilonia (Hammurabi) y por magistrados romanos (decemviri), en realidad recopilan un derecho consuetudinario anterior, limitándose a reconocerlo y sin añadir prácticamente nada.
Al leer sobre los 'fenómenos espontáneos' me alegro de comprobar que el indiviualismo metodológico no es un individualismo ciego, que niegue la existencia de fenómenos históricos y sociales que vayan más allá de las acciones individuales.
ResponderEliminarDicho esto, no puedo evitar sospechar de esa insistencia austríaca/praxeológica en que los individuos siempre siguen 'sus propios fines' o 'sus propios intereses'. La historia está llena de ejemplos de comportamientos que parecen más movidos por la presión social, la superstición, el chovinismo...
Kunster.
@ Alberto:
ResponderEliminarEn principio el individualismo metodológico nació como un modo de explicar los fenómenos sociales de un modo más exacto; solo más adelante se convirtió, por razones políticas y filosóficas, en un "individualismo ciego" como tú dices. Pero creo que las dos perspectivas son perfectamente separables.
Sobre aquello de que los individuos siempre persiguen "sus propios fines", creo que tiene que entenderse en un sentido amplio, es decir, en el sentido de aquellos fines que están en su escala de valores (no estrictamente económicos o materiales). Por ejemplo, en el párrafo que escribí sobre el origen híbrido del cristianismo es evidente que tanto Jesús de Nazaret como San Pablo o San Agustín perseguían sus propios fines, pero estos consistían en extender unas ideas que consideraban mejores, incluso cuando les perjudicaban desde el punto de vista material.
Por eso los austríacos hablan de "Homo agens" (hombre que actúa), en lugar de "homo economicus".
Un saludo.
Respecto al cristianismo, yo lo analizaría de la siguiente manera: el surgimiento de las ideas cristianas y su expansión fue un fenómeno espontáneo, llevado a cabo por multitud de pensadores (el propio Jesús de Nazaret, Pablo de Tarso, Agustín de Hipona, etc) impulsados por motivaciones propias. El elemento planificado viene del Imperio Romano, que la tomó como religión oficial, la impuso, convocó concilios en los que cristalizó la doctrina, creó la estructura de la Iglesia Católica, etc.
ResponderEliminarKunster.
Victor agradable tu blog, ¿Eres estudiante de Historia, Sociología o Economía?
ResponderEliminarSalud y ya nos veremos de nuevo a la carga en Mutualismo
@ Alberto:
ResponderEliminarCreo que sería más correcto hablar de un fenómeno híbrido: aquello de predicar entre los publicanos, las prostitutas y los no judíos, o su arenga a los apóstoles para convertirse en "pescadores de hombres" y extender el cristianismo a lo largo del Imperio, implica que Jesús tenía una idea clara sobre su religión -que debía ser universal-, y los medios que había que tomar para implantarla (dejando a un lado los debates que hubo a su muerte entre los conservadores, que enfatizaban el lado judío de su mensaje; y los helenistas, que enfatizaban el lado universalista).
El carácter espontáneo creo que viene del hecho de que los predicadores fuesen alterando o perfilando el contenido de la religión cristiana para facilitar su expansión, incorporando elementos de las culturas en las que predicaban (p. ej. se asimiló a Dios con los monarcas helenísticos de la época; se asimiló Jesús con Aquiles y otros héroes clásicos, etc.).
En este último caso cuadra más con la definición de fenómeno espontáneo: los individuos, persiguiendo fines conscientes (aumentar la efectividad de su predicación), dieron lugar a consecuencias no previstas por ellos mismos (alterar considerablemente el contenido de la religión).
@ Ontorbihem:
Muchas gracias. :)
Soy estudiante de historia, aunque me interesan todas las disciplinas sociales.
Un saludo!
Solo me he parado a mirar la genial puerta de Ishtar, lo siento, pero es que... ¡menuda maravilla! Deberíamos reconstruir Babilonia de una vez, esto no puede quedar así.
ResponderEliminarPronto nos veremos, hombrecillo, que es tarde y las sombras me persiguen, he de irme ya.
PD: Siento no aportar nada de provecho al blog, espero que me perdones jaja. ¡Un saludo a Mises!
sis iel individualismo
ResponderEliminarVíctor, ¿podrías recomendar alguna bibliografía sobre el individualismo metodológico?
ResponderEliminarVaya, no había caído en tu comentario, Francisco, perdona el retraso. Mis dos libros 'favoritos' sobre el individualismo metodológico son:
ResponderEliminar- El método de las ciencias sociales, de Carl Menger. Quizá sea un poco pesado, pero contiene bastante información al respecto y tiene el valor de ser uno de los primeros escritos sobre el tema (donde ya se aborda el problema de los fenómenos espontáneos, etc.).
- La acción humana de Mises, que contiene algunos capítulos geniales contra el colectivismo metodológico (aunque no ofrece muchas alternativas para las ciencias sociales no económicas).
Un saludo.
Sé que no es el tema de la entrada, pero me ha llamado esto la atención:
ResponderEliminar«Estas unidades familiares/individuales de cazadores-recolectores solo se integraron en organizaciones más grandes cuando percibieron que podían obtener ventajas de ello: por ejemplo, cuando la intensificación económica y la aparición de la agricultura hicieron rentable la defensa permanente del territorio...»
¿Consideras que fue el descubrimiento de la agricultura lo que incentivó el abandono del nomadismo? ¿Por qué unos seres humanos que tenían una dieta variada la cambiarían por una basada (cuasi monopolizada) por el cereal? ¿No consideras que podría ser humano ya conociera la agricultura pero que no la empleó hasta que se vio obligado a ello por la presión demográfica?
Un saludo
*¿No consideras que podría ser que el ser humano ya conociera la agricultura pero que no la empleó hasta que se vio obligado a ello por la presión demográfica?
ResponderEliminarFrancisco, eso es exactamente lo que pienso; según creo, la agricultura es más productiva por unidad de espacio, pero no más rentable en términos energéticos. Quizá la frase que citas puede interpretarse mal, pero trataba de relacionar la "aparición de la agricultura" con el proceso de intensificación económica, que en última instancia es consecuencia de la presión demográfica que mencionas (entre otros factores). De hecho, como dices, los cazadores-recolectores ya conocían los ciclos de reproducción de plantas y animales, pero sólo trataron de controlarlos de modo paulatino: primero diversificando la caza y la recolección, después seleccionando a las presas de caza para garantizar su supervivencia, etc. No entré más a fondo en el tema porque, como dices, no es el tema de la entrada, pero sería una buena cuestión para dedicar un post entero.
ResponderEliminarUn saludo.
Muy interesante tu artículo.
ResponderEliminarTengo sin embargo , algunas objeciones a los argumentos que esbozaste en contra del colectivismo metodológico.
Por un lado, el hecho de que la sociedad pre-exista al individuo me parece un hecho evidente, y el argumento que me ha parecido entender, donde explicas que los genes pre-existen al organismo... confuso.
Creo que en un punto intermedio entre las dos concepciones del hecho social debe estar el análisis más aproximado, puesto que cada método tiene sus propias carencias. Ignorar las motivaciones individuales que propician la acción de los individuos en el conjunto de la sociedad me parece una omisión grave... ignora la psicología individual que, incluso siendo reducida a un nivel "instintivo natural" parece perseguir la auto-conservación como fin último. Para ello el individuo socializado podría aprender los mecanismos sociales a su alcance como medio para alcanzar ese fin.
Pero por otro lado el "fin" en si mismo adquiere en los individuos un caracter existencial más allá de lo puramente mecánico: aspiraciones, deseos y motivaciones que están marcadas por un contexto social que le pre-existe y a los que dedicará parte de su energía (si no toda).
Por otro lado, pretender encontrar el origen último del momento histórico / social en la suma de las decisiones individuales o en una propiedad emergente e intangible del individuo, que sería la sociedad... me parece irrelevante (ya sabes, como lo del huevo y la gallina) al nivel que se plantea (determinando la interpretación y la orientación del estudio en su totalidad).
Te propongo que sustituyas el concepto de individuo por el de identidad como ejemplo, ya que el concepto de identidad contiene en sí mismo la contradicción entre su naturaleza individual (lo que permanece idéntico a sí mismo) como su naturaleza colectiva (lo que lo asemeja con los demás)... y que a mí me parece que explica bien la naturaleza dual del ente psicolócico en el que estamos encarnados.