martes, 28 de septiembre de 2010

Reflexiones sobre el papel de la ideología en la Historia (II)

Cualquier historiador sabe que los Estados no se sostienen únicamente por la fuerza, sino que necesitan un refuerzo ideológico. Un soberano impopular solo puede lograr sus objetivos mediante la coacción directa, pero esta tiene sus límites: quizá sus súbditos guarden las apariencias de lealtad, pero pueden restar eficacia a sus órdenes o desviarlas hacia propósitos diferentes.

Los historiadores modernos están bien familiarizados con la dificultad de las monarquías europeas durante los siglos XVI y XVII para someter a todos los peldaños de la jerarquía estatal, desde las instituciones representativas (Cortes, Parlamentos) hasta los funcionarios nobiliarios o los procuradores. Crear un aparato de este tipo es muy costoso, por la razón de que los súbditos no tienen motivos intrínsecos en conseguir los objetivos de su soberano. Las necesidades materiales de ambos pasan por caminos diferentes. Y ahí es donde comienza la ideología; dado que los súbditos no pueden ser incentivados en el plano material (o más bien, no lo suficiente), los incentivos para colaborar en el sistema deben construirse a partir de motivos ideológicos. La ideología, al dotar a los individuos de una perspectiva sobre lo bueno, lo justo, lo legítimo y lo sagrado, facilita la cooperación de los subordinados.

Una parte del coste de construir una ideología es inmaterial; está compuesta del ingenio y la creatividad de los gobernantes. Pero lo cierto es que mantener una ideología ha implicado, desde los primeros seres humanos, costes materiales muy importantes: templos y edificios públicos imponentes, estelas conmemorativas, frescos, ceremonias, rituales, oficinas de prensa y televisión, etc. Todo con el objetivo (declarado o no) de transmitir unos valores determinados a los súbditos, ofrecer una determinada imagen del soberano, infundir temor, etc.

Pero, como puede deducir el lector, el coste de promover una ideología no es independiente de la estructura del Estado (o incluso del no Estado). Los Estados más restrictivos y jerárquicos (a nivel político y económico) tienden a incurrir en mayores gastos para promover ideologías cooperativas entre sus súbditos que los Estados más abiertos e igualitarios (a nivel político y económico). Por ejemplo, el ceremonial de los monarcas mesopotámicos y egipcios es incomparablemente mayor que el de los magistrados griegos y romanos; y, sobre todo, el papel de los sacerdotes es mucho mayor en estas civilizaciones que entre griegos y romanos - donde, por lo general, no existía una casta sacerdotal a parte. Probablemente, la causa profunda de todo esto sea que la República romana y las democracias (u oligarquías moderadas) griegas tendían a repartir más poder entre los ciudadanos, al tiempo que estos tendían a ser más iguales entre sí, y frecuentemente eran propietarios de su medio de producción. En cambio, los campesinos mesopotámicos y egipcios solían depender de la administración palaciega, rara vez poseían tierras y nunca fueron jurídicamente iguales a los miembros de la aristocracia, por lo que tenían pocos motivos para comprometerse con los objetivos del Estado. Como apunta genialmente Mario Liverani en El Antiguo Oriente:

El campesino mesopotámico, oprimido por los incontrolables fenómenos naturales (inundaciones, sequías, salinización o langostas) y la insoportable administración central, necesita saber que se hace lo posible para que todo esté controlado y funcione con eficacia y justicia, en función del bien común, cuya hipóstasis es el dios de la ciudad. (...) El rey -ser humano cuyo papel podría ser ejercido, o por lo menos codiciado, por muchos otros seres humanos- necesita crear una imagen que le haga aparecer como fuerte, justo y capaz.


Creo que, a propósito de las dificultades de garantizar la cooperación de los súbditos, es útil el concepto económico de "coste de transacción". Ronald Coase (1937) acuñó este término para referirse, a nivel empresarial, al coste de obtener información sobre los proveedores, negociar el contrato y hacerlo cumplir, pero no sería difícil redefinirlo para darle utilidad en el estudio de la Historia. Todo gobernante debe informarse sobre sus súbditos (lealtad, capacidad, etc.), negociar sus mandatos y, sobre todo, hacerlos cumplir. La ideología sirve para atenuar los dos últimos pasos del coste de transacción: negociar y hacer cumplir (negotiate and enforce). Una buena imagen de este último paso podría ser el escriba egipcio inspeccionando los campos acompañado de varios guardias.

Tal y como hemos visto, el coste de transacción difiere según la estructura del Estado y, como consecuencia, también el coste de promover una ideología, que no es más que una inversión del soberano para reducir los dos últimos pasos del coste de transacción.

Pero si los costes son mayores en los sistemas más jerárquicos y desiguales a nivel político y económico, ¿por qué sobreviven? Naturalmente, porque, en determinadas circunstancias, son capaces de atenuar algunos costes por encima de lo que son capaces de hacer sistemas menos jerárquicos y desiguales . Sin embargo, esto lo dejamos para otro post.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Reflexiones sobre el papel de la ideología en la Historia


En cierto modo, la importancia de la ideología radica en que limita las acciones de los individuos, incentivándolos a actuar en función de los valores de sus contemporáneos para obtener algún tipo de recomensa (reconocimiento social, poder político, religioso o económico, etc.).

Creo que tiene cierta relación con el concepto de "path dependence", en el sentido de que una ideología nacida en condiciones remotas, si perdura, puede impedir que las instituciones de una determinada sociedad se modifiquen adecuadamente en función de las condiciones cambiantes del entorno. Tanto la ideología como el contexto (político, medioambiental, etc.) proporcionan los incentivos para el cambio social; de forma que si la ideología es lo suficientemente fuerte y conservadora como para superar los incentivos contextuales, las instituciones de esa sociedad tenderán a ser absorbidas por otras sociedades de ideología e instituciones mejor adaptadas.

Un buen ejemplo sería Esparta: sus instituciones habían sido creadas entre los siglos IX y VII a. C. para responder a la superioridad numérica de los pueblos sometidos (hilotas mesenios y laconios), pero fueron incapaces de reformarse conforme se evidenciaba la incapacidad demográfica de los espartanos para enfrentarse a sus enemigos externos. Así, el número de soldados fue decreciendo progresivamente hasta que, en época de la conquista romana, a penas quedaban unos cientos. Otros pueblos de ideología menos rígida hubieran sabido integrar políticamente a los pueblos conquistados, evitando la agitación interna y garantizándose un suministro regular de tributos y soldados (como hizo, p. ej., la propia Roma).

Vinculado con todo lo anterior, podría decirse que la ideología reduce o aumenta los costes del cambio social; e, igualmente, reduce o aumenta los costes de un sistema de gobierno determinado. Así, la ideología política de la Grecia clásica incrementaba los costes de cualquier forma de gobierno superior a la polis, de forma que (al menos durante gran parte de los siglos VI, V y IV a. C.), los aspirantes a formar un imperio solían enfrentarse con una coalición formada rápidamente para derribar al "tirano". Eso fue lo que le sucedió a Atenas frente a Esparta, en la Guerra del Peloponeso; a Esparta frente a Tebas, en la época inmediatamente posterior; y a los reinos macedonios y helenísticos frente a las distintas ligas que surgieron en los siglos IV, III y II a. C.

En el lado contrario, la ideología mesopotámica (milenios III-II a. C.) atenuaba los costes de la integración política. Apesar de que a comienzos del III milenio la ribera de los ríos Tigris y Éufrates estaba poblada por pequeñas ciudades-estado, los sumerios creían que la monarquía había sido entregada por los dioses al rey de Kish, de forma que, en cierto sentido, solo el monarca que gobernara sobre esta ciudad era legítimo propietario del país de Sumer (Baja Mesopotamia). La mitología pasaba por alto la realidad política fragmentada de aquella época, de modo que, cuando posteriormente los monarcas de las ciudades más poderosas trataron de extender su dominio sobre otras áreas, la ideología imperial ya contaba con muchas décadas (incluso siglos) de tradición, y había sido interiorizada por gran parte de la sociedad. El título honorífico de "rey de Kish" se convirtió en una forma de vincular la monarquía con los dioses que la habían hecho descender del cielo. [1]

Si todo esto es correcto, sería justo decir que la ideología juega un papel bastante más activo de lo que han creído los marxistas durante todo este tiempo. No se trata de un elemento pasivo de la "superestructura" que se limita a justificar la "infraestructura" económica: juega un papel relevante a la hora de modificar muchos aspectos de las instituciones de una sociedad.

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[1]: Esto no significa que los factores ideológicos fueran unívocos: la disparidad de dioses entre las distintas ciudades-estado también creó la impresión de que a cada dios debía corresponder un régimen político independiente. Existía una correspondencia entre el orden divino y el orden humano. De hecho, los conflictos entre ciudades-estado solían presentarse como guerras entre los dioses protectores de las mismas (de forma similar a lo que sucedía en Grecia, y que plasma muy bien Homero en la Ilíada).