Los historiadores modernos están bien familiarizados con la dificultad de las monarquías europeas durante los siglos XVI y XVII para someter a todos los peldaños de la jerarquía estatal, desde las instituciones representativas (Cortes, Parlamentos) hasta los funcionarios nobiliarios o los procuradores. Crear un aparato de este tipo es muy costoso, por la razón de que los súbditos no tienen motivos intrínsecos en conseguir los objetivos de su soberano. Las necesidades materiales de ambos pasan por caminos diferentes. Y ahí es donde comienza la ideología; dado que los súbditos no pueden ser incentivados en el plano material (o más bien, no lo suficiente), los incentivos para colaborar en el sistema deben construirse a partir de motivos ideológicos. La ideología, al dotar a los individuos de una perspectiva sobre lo bueno, lo justo, lo legítimo y lo sagrado, facilita la cooperación de los subordinados.
Una parte del coste de construir una ideología es inmaterial; está compuesta del ingenio y la creatividad de los gobernantes. Pero lo cierto es que mantener una ideología ha implicado, desde los primeros seres humanos, costes materiales muy importantes: templos y edificios públicos imponentes, estelas conmemorativas, frescos, ceremonias, rituales, oficinas de prensa y televisión, etc. Todo con el objetivo (declarado o no) de transmitir unos valores determinados a los súbditos, ofrecer una determinada imagen del soberano, infundir temor, etc.
Pero, como puede deducir el lector, el coste de promover una ideología no es independiente de la estructura del Estado (o incluso del no Estado). Los Estados más restrictivos y jerárquicos (a nivel político y económico) tienden a incurrir en mayores gastos para promover ideologías cooperativas entre sus súbditos que los Estados más abiertos e igualitarios (a nivel político y económico). Por ejemplo, el ceremonial de los monarcas mesopotámicos y egipcios es incomparablemente mayor que el de los magistrados griegos y romanos; y, sobre todo, el papel de los sacerdotes es mucho mayor en estas civilizaciones que entre griegos y romanos - donde, por lo general, no existía una casta sacerdotal a parte. Probablemente, la causa profunda de todo esto sea que la República romana y las democracias (u oligarquías moderadas) griegas tendían a repartir más poder entre los ciudadanos, al tiempo que estos tendían a ser más iguales entre sí, y frecuentemente eran propietarios de su medio de producción. En cambio, los campesinos mesopotámicos y egipcios solían depender de la administración palaciega, rara vez poseían tierras y nunca fueron jurídicamente iguales a los miembros de la aristocracia, por lo que tenían pocos motivos para comprometerse con los objetivos del Estado. Como apunta genialmente Mario Liverani en El Antiguo Oriente:
El campesino mesopotámico, oprimido por los incontrolables fenómenos naturales (inundaciones, sequías, salinización o langostas) y la insoportable administración central, necesita saber que se hace lo posible para que todo esté controlado y funcione con eficacia y justicia, en función del bien común, cuya hipóstasis es el dios de la ciudad. (...) El rey -ser humano cuyo papel podría ser ejercido, o por lo menos codiciado, por muchos otros seres humanos- necesita crear una imagen que le haga aparecer como fuerte, justo y capaz.
Creo que, a propósito de las dificultades de garantizar la cooperación de los súbditos, es útil el concepto económico de "coste de transacción". Ronald Coase (1937) acuñó este término para referirse, a nivel empresarial, al coste de obtener información sobre los proveedores, negociar el contrato y hacerlo cumplir, pero no sería difícil redefinirlo para darle utilidad en el estudio de la Historia. Todo gobernante debe informarse sobre sus súbditos (lealtad, capacidad, etc.), negociar sus mandatos y, sobre todo, hacerlos cumplir. La ideología sirve para atenuar los dos últimos pasos del coste de transacción: negociar y hacer cumplir (negotiate and enforce). Una buena imagen de este último paso podría ser el escriba egipcio inspeccionando los campos acompañado de varios guardias.
Tal y como hemos visto, el coste de transacción difiere según la estructura del Estado y, como consecuencia, también el coste de promover una ideología, que no es más que una inversión del soberano para reducir los dos últimos pasos del coste de transacción.
Pero si los costes son mayores en los sistemas más jerárquicos y desiguales a nivel político y económico, ¿por qué sobreviven? Naturalmente, porque, en determinadas circunstancias, son capaces de atenuar algunos costes por encima de lo que son capaces de hacer sistemas menos jerárquicos y desiguales . Sin embargo, esto lo dejamos para otro post.